Tocamos fondo

César Ulloa

Ni siquiera los hospitales se salvan. Las bandas del crimen organizado rematan ahí a sus víctimas en medio de enfermos y familiares, en un ambiente de pánico y zozobra. Hemos rebasado los límites de la imaginación. Dejaron de existir códigos mínimos de convivencia pacífica. La gente va adoptando la ley de la selva como práctica naturalizada, en donde cada quien sobrevive como puede. En este drama, las personas comienzan a hacer justicia por mano propia y las imágenes se viralizan en las redes para satisfacer el morbo de una sociedad en descomposición acelerada.

Nos duele tanto el país todos los días. La opinión pública delata un Ecuador escindido, golpeado y que va perdiendo la paciencia. Por un lado, está una mayoría que se gana la vida con menos de dos dólares al día y que incluye a ese porcentaje pequeño que vive, milagrosamente, con el salario básico cada mes. Al otro lado, se pavonea una clase política irresponsable que, en gran porcentaje, defiende su propio proyecto y se pelea por ocupar el primer lugar en el podio de la falta de sensibilidad. Parece que a esta clase política no le interesa la inseguridad, la falta de empleo, la disminución de acceso a la educación en todos sus niveles, la niñez desnutrida, la violencia en todas sus manifestaciones y la depresión colectiva por falta de oportunidades.

¿Cuánto más fondo tenemos que tocar para construir un acuerdo nacional? ¿Acaso debemos mirar ríos de sangre para reaccionar? ¿Cuántas personas más tienen que morir, ser violadas, asaltadas y engañadas para cambiar de actitud? ¿Qué puede conmover a una clase política que actúa de espaldas a la población y solo conmovida por sus intereses? ¿Acaso tenemos que seguir siendo la burla del mundo para plantearnos un horizonte? ¿Qué esperamos para cambiar? ¿Debemos seguir mirando pasivamente cómo se nos va el país?

Es el momento para la sensatez y la concreción de un acuerdo nacional generoso, sanador, democrático y ético. Nunca había pensado escribir algo así, sobre todo después de ver a un hombre que tenía atado a su cuerpo varias bombas explosivas en un barrio de Guayaquil.