Tarde y en la orfandad

Durante las primeras décadas del siglo XX, los regímenes que la historia califica hoy como ‘fascistas’ introdujeron muchos avances en favor de los trabajadores. Lo que más seductor y atractivo resultaba de dicho sistema, más que la parafernalia nacionalista y romántica, era su vena ‘social’: imposición de límites a los capitalistas, jornada laboral limitada, capacitación, vacaciones pagadas, clubes y centros de esparcimientos para la clase trabajadora, seguridad y estabilidad laboral, etc.

Resulta oportuno recordar esto ahora que, debido al tema de la reforma laboral, mucho se habla del Código de Trabajo de 1938, que aún sigue vigente. Toda la inclinación ‘social’ de dicho código no es de inspiración marxista, sino que nace, al igual que otros códigos de entonces, de la fascinación por los regímenes fascistas —y el bienestar que habían traído a los trabajadores— que se había apoderado de la clase militar rectora a la que Alberto Enríquez Gallo pertenecía.

Sin embargo, dos elementos resultan llamativos. El primero es lo mucho que tardó el país en sumarse a esas ideas; se trataba de conceptos que venían delineándose desde las luchas sociales de mediados del siglo XIX. El segundo, que pocos años después, para 1945, el fascismo había sido arrasado y los códigos inspirados en él se vieron repentinamente en la orfandad ideológica. Habían nacido obsoletos.

Vale la pena recordar ese episodio para no caer nuevamente, como país, en el mismo error de adoptar demasiado tarde ideas que ya van de salida. No estamos ya en 1992, en pleno auge triunfalista de la democracia liberal. Han pasado treinta años desde entonces, pero se escuchan voces que proponen una reforma laboral digna de esa época—apátrida, totalmente sometida al capital y construida en función de las nuevas tecnologías—. El mundo está cambiando; hay un renacer de los nacionalismos y de los Estados, un repliegue de la globalización, creciente aversión a la desigualdad y un inmenso escepticismo hacia el capital financiero y las empresas de tecnología —que probablemente serán barridas pronto por los Estados de la misma forma que fueron barridos los regímenes fascistas o los monopolios del XIX—. Legislemos teniendo eso en cuenta.