Debatir es mucho pedir

Sofía Cordero

Claramente, nuestra sociedad no sabe debatir. Desde pequeños, en las escuelas nos enseñan a memorizar más que a razonar. La creatividad, esa capacidad humana tan valorada en otros contextos, se ahoga con un sistema educativo que premia la repetición automática de datos. Nos olvidamos de la importancia de pensar, de cuestionar, y mucho menos de imaginar soluciones nuevas.

El sistema educativo tampoco nos enseña a expresarnos. El arte de la discusión, la argumentación, la capacidad de defender nuestras ideas con solidez y respeto es un lujo del que carecemos. En la universidad, los profesores tienen que enseñarnos lo que debimos aprender años antes: cómo hablar en público. Y, para colmo, en el posgrado, los mismos defectos surgen una vez más. Las defensas de tesis se convierten en maratones de lecturas insípidas, donde los estudiantes se refugian en sus presentaciones de PowerPoint para evitar cualquier tipo de exposición genuina. La ‘argumentación’ se limita a citar fuentes sin cuestionar nada.

Y luego, llegamos a la política. Los debates presidenciales, esa parodia de la democracia, se han convertido en un escaparate de vacíos. ¿Ampliar la democracia? Más bien ampliamos el espacio para el vacío, para la falta de ideas. Un debate de 16 candidatos, que, salvo pocas excepciones, como la de una mujer que se atreve a pensar por sí misma y expresar sus ideas con claridad, no tienen nada relevante que decir. No es una manifestación de pluralidad, sino una prueba palpable de nuestra ignorancia colectiva. La falta de profundidad es tan evidente que el formato mismo parece diseñado para impedir el debate real, para evitar que las ideas se enfrenten y confronten. ¿Quién necesita argumentar cuando se puede repetir un eslogan y poner cara de malo?

Hoy, la mayoría de candidatos son meros estorbos que ocupan espacio y usan recursos sin aportar nada. La democracia no necesita más ruido, sino voces con sustancia. Pero parece que eso ya es mucho pedir.