Sin ideologías

Alfonso Espín Mosquera

Por años de años se ha gestado la lucha entre los que se decían de “izquierda”, frente a los llamados de “derecha”; pero las experiencias nos han enseñado que parece que se trató de una moda de los universitarios de los años sesenta y setenta eso de darse de socialistas, para oponerse a los cánones establecidos en sus casas, a la religión porque también se las daban de ateos y en fin. Así pasaban escuchando música protesta, adoctrinando y adoctrinándose; algunos se pasearon por la Unión Soviética, usaron boinas al estilo del Che e hicieron proclamas anti poder, y siempre se declararon anti imperialistas.

Generalmente los intelectuales, por esa visión que trae la cultura — la universal y comprometida con las causas sociales y lo que pasa en el mundo externo—, fueron los primeros en contagiarse de las ideologías nuevas. Así pasó en el Ecuador, después de la Revolución Bolchevique de 1917, y el grupo de Guayaquil, “los cinco como un puño”, pues se dedicaron a la temática de reivindicación, al Realismo Social.

Todo lo anterior hubiese tenido provecho, pero resulta que pasó el tiempo y se enfriaron las cosas. Los estudiantes se hicieron profesionales, les vino la prosperidad y muchos se olvidaron de sus consignas y, como dirían los propios marxistas, se aburguesaron y fin de la historia. Lo máximo que les quedó, salvando a insignes personajes, fue escoger en las elecciones al candidato “más progresista” y darle su voto.

La ideología socialista, así vista, ya no tenía ningún asidero; igual que los que por ‘aniñados’, en expresión popular de la ciudadanía, o los que por varias causas, como la tradición, lo ancestral, qué se yo, talvez hasta por ser candidatos a algo, mantenían la convicción de estar en la ‘derecha’.

Lo cierto es que ahora no tiene ningún sentido eso de hablar de ideologías. Son tan desvergonzados los unos y los otros, que pactan sobre sus creencias cuando les convienen, siempre detrás de sus intereses. Mientras tanto, las verdaderas necesidades de un pueblo, rendido a la corrupción, no son importantes. Esa corta estatura mental nos hace daño, nos perjudica como nación y definitivamente nos lleva sin timón a un futuro cada vez más complejo, en el que los jóvenes y niños, que por efectos de la globalización ponen sus aspiraciones en cosas livianas que están de moda en los mundos desarrollados. Así aprende la sociedad sobre el llanto o la alegría y lo que es más grave, sobre lo correcto y lo incorrecto, lo ético o lo inmoral, y eso sin volver a nombrar a la clase política, germen del mal ejemplo.

Aun así habrá que levantarnos de las malas acciones, para que se construya con seriedad una nueva ciudadanía, capaz de valorar la honestidad y el esfuerzo, más allá de las picardías y las desvergüenzas.