El avance civilizatorio permitió extender protección de sobrevivencia a hombres y mujeres que gastaron su precioso tiempo de vida vendiendo fuerza de trabajo, sea al Estado o al sector privado. La Ilustración permitió a la sociedad comprender la necesidad de modificar la arcaica estructura que mantuvo por más de mil años a los trabajadores en estado de barbarie.
La visión humanista de algunos operadores del derecho, permitió crear normas que poco a poco cubrieron el planeta, en justicia a la gente que vendió más de la mitad de su vida por un salario y que para el saldo de su existencia, gracias a su continua lucha, alcanzó protección con un sistema de seguridad social.
Lo humanitario comenzó a descarrilarse a fines del siglo XX, por el afán de enriquecer a una élite corporativa que arrasó con todo y vieron la oportunidad de usar los fondos previsionales para maniobras especulativas que agrandaban sus arcas.
Para este perverso sector hegemónico en la economía, la idea es obtener el máximo rendimiento con los menores costes y así acrecentar capital para distribuir a la élite rica. Ahí nació el interés de apoderarse del sistema de seguridad social, para lo que se han valido de argucias y falacias vendidas “inocentemente” por los medios, creando la imagen de una potencial quiebra del sistema en corto plazo y así pasar a régimen privado.
El mejor ejemplo de ese manejo lo dio recién Chile, donde la bomba explotó por ese manejo de lucro dado a los fondos de pensiones.
Lo intentó antes el gobierno conservador de Durán Ballén y sus asesores, pero la presión popular detuvo el proceso. Retornan, sin embargo, impulsos de aquellos, apoyados por el peor gobierno de los últimos 70 años. Qué importa hacerlo en los últimos días de desgobierno, si con lo obtenido pueden vivir muy bien el resto de sus vidas.