Se avecina una tormenta

Daniel Márquez Soares

Sobran los malos presagios. El correísmo decidió aventurarse con su pedido de juicio al presidente Guillermo Lasso. Sobre la Corte Constitucional se cierne una presión política que no ha conocido desde su creación. A las amenazas de las asambleístas de que, más allá del dictamen constitucional, también podrían apelar a las calles se suma la advertencia de la Conaie de que, si el presidente opta por llamar a elecciones anticipadas, decretarán un paro general. De la nada, surgen activistas, personalidades e incluso políticos que estaban hibernando, hasta Xavier Hervas, a pedir la renuncia del primer mandatario. Casi al mismo tiempo, se producen los atentados contra periodistas y los activistas del correísmo lanzan una campaña de desprestigio contra diversos medios. En redes sociales, aparece un elaborado videoclip musical —tan elaborado como groseramente calumnioso —dirigido contra la oposición y los periodistas opositores al gobierno; muy parecido a los de hace una década. Es como un cañonazo de vuelta, por medio del cual un bando acepta gustoso el desafío del otro. El propio ministro de Gobierno, Henry Cucalón, afirmó, una vez que se oficializó el pedido de juicio, que “la pelea es peleando”. Parece que se avecina un choque de proporciones.

El presidente Guillermo Lasso está mejorando sus números de aceptación. En parte porque la estabilidad macroeconómica a largo plazo tiene un efecto positivo que impacta, modestamente, también a la gente común. Además, tarde o temprano, la recuperación económica pospandémica tenía que producirse y, aparentemente, así comienza a ser. Por último, finalmente, Lasso empieza a escuchar, aunque sea un poco, a sus asesores y demostrar cierto grado de humanidad en su gestión del gasto público.

Un potencial aumento de popularidad del presidente constituye un escenario de pesadilla para la oposición. El mandatario sí tiene margen de maniobra y herramientas —todos los recursos económicos que administra y las facultades que le concede la Constitución al Ejecutivo— para mejorar sus índices. En contraste, sus rivales carecen de opciones. No hay nada que puedan hacer desde el Legislativo —con una opinión pública que no acompaña los debates ni posturas en el Pleno, ni suele prestar atención a los efectos que tienen las leyes— para mejorar su popularidad; al contrario, el desprestigio de los asambleístas solo parece ahondarse. El socialcristianismo acaba de perder sus principales bastiones y, con ello, su mejor vitrina propagandística. Cada día que pasa, el recuerdo del correísmo pierde fuerza y es poco probable que en apenas dos años lleven a cabo gestiones municipales que hagan la diferencia —además, su historia demuestra que sus candidatos a alcalde, cuando resultan electos, no suelen permanecer alineados—. El movimiento indígena, a su vez, avanza firme en un proceso de radicalización que, así como le vale una masa fanática de seguidores, también disuade a muchos otros. Por eso, a la oposición le conviene deshacerse de Lasso ahora, cuanto antes. Mientras más tiempo pasa, esta más se debilita y corre el riesgo de que el presidente se fortalezca. Bastaría que el mandatario mejore sus indicadores apenas un poco más para que iguale los números del resto del pelotón de líderes de segundo orden del país. Ello incluso tornaría probable que cometa la locura de contemplar la reelección, confiado en que podría imponerse en segunda vuelta a un correísmo que, aunque sea la corriente más fuerte, todavía no es y probablemente nunca más será la mayoritaria.

Hay una cuenta regresiva de ocho meses en marcha. A la oposición solo le queda este año para deshacerse del presidente Lasso. Una vez que llegue 2024, ya faltará muy poco para las próximas elecciones; la clase política preferirá concentrarse en ellas y la gente no tendrá problema en esperar ya solo un año más. Por ello, ahora el país debe estar listo para la temporada sumamente turbulenta. Lo que hemos visto esta semana, apenas es el inicio.