La reivindicación de la feminidad

SARA SALAZAR

Sara  Salazar 

La batalla cultural se libra en torno a la identidad misma del ser humano. Conceptos que durante milenios han sido considerados evidentes, como la feminidad, hoy son objeto de una guerra ideológica que pretende diluir cualquier referencia biológica y natural a favor de construcciones sociales arbitrarias. En este escenario, reivindicar la feminidad no solo es un acto de sentido común, sino de resistencia contra un sistema que busca despojar a la mujer de su esencia.

Durante décadas, el feminismo radical y la ideología de género han trabajado incansablemente para desmantelar cualquier noción de diferencia entre hombres y mujeres. El resultado ha sido un mundo en el que la feminidad es desechada en nombre de una supuesta igualdad que, en la práctica, anula la riqueza de las diferencias naturales entre los sexos. La mujer ha sido empujada a renunciar a su naturaleza para encajar en un molde impuesto por una ideología que no representa su verdadera esencia.

Lejos de ser una simple construcción social, la feminidad es una realidad intrínseca al ser humano, una manifestación de características que han permitido el desarrollo de la civilización. La sensibilidad, la vocación maternal, la intuición y la fortaleza emocional de la mujer no son cargas ni limitaciones, sino virtudes insustituibles para la estabilidad social y familiar. Negar estas realidades nos ha llevado a una crisis de identidad sin precedentes.

Hoy vemos a mujeres que, en su afán de ser aceptadas en un mundo que desprecia la esencia de la feminidad, han sido forzadas a masculinizarse, a reprimir sus instintos naturales y a competir en un sistema que las obliga a desempeñar un papel ajeno a su verdadera identidad. La maternidad es despreciada, la delicadeza es vista como debilidad y la complementariedad con el hombre es interpretada como sumisión. Sin embargo, esta imposición ha generado una sociedad de mujeres frustradas, carentes de propósito y profundamente infelices.

Reivindicar la feminidad no implica promover estereotipos rígidos ni negar la libertad individual. Al contrario, significa reconocer que la naturaleza femenina no es una hoja en blanco sobre la que cualquier ideología puede escribir a su antojo. Significa restaurar un orden que permite que las mujeres sean auténticamente ellas mismas, sin que su identidad sea vista como una construcción artificial sujeta a la moda del momento.

El ataque a la feminidad no es casual. Un mundo sin mujeres fuertes en su esencia, sin familias sólidas y sin identidades claras, es un mundo fácilmente manipulable. Por ello, la resistencia a esta tendencia es más que una cuestión personal; es una lucha por la verdad, por la libertad y por la dignidad de la mujer. Recuperemos el orgullo de lo que somos y rechacemos la imposición de un relativismo que solo busca debilitarnos. La verdadera revolución es, hoy más que nunca, volver a lo esencial.