¡Salonero!

Matías Dávila

Tenemos un serio problema de representatividad y parecería que a nadie le incomoda y que en última instancia a nadie le importa.

Locura, decía Einstein, es esperar resultados diferentes haciendo lo mismo. Para solucionar este problema, nos preguntarán si queremos reducir el número de asambleístas. Es decir, para mejorar el rendimiento del vehículo, le vamos a cambiar el forro de los asientos.

Pongo un ejemplo para explicarme mejor. Imaginémonos que vamos a un salón a almorzar. En la puerta hay 10 saloneros. Tenemos que elegir solo a uno solo. El primero dice que tiene el mejor locro de papa del mundo. El otro dice que él tiene la mejor carne frita. El tercero dice que tiene el mejor postre, etc. Ojo, solo podemos votar por uno. Aquí ya tenemos un problema. No estamos optando por lo que verdaderamente queremos y/o necesitamos, sino por la oferta que nos dan los saloneros. Además, nos hemos limitado a elegir por los ofrecimientos; de ahí a que cumplan hay una quebrada de distancia.

La solución es sencilla, pero a los grupos de poder les conviene que las cosas se den de esta manera.

Cuando quiero comer pollo voy a un restaurante de pollos; es así de simple. Analizo cuál está más cerca de mi casa, cuesta menos o ya me ha dado un buen producto. Es así de simple. Cuando voto por una persona que dice saber de temas turísticos, en cambio, le estoy dando un cheque en blanco para que también me represente en temas impositivos, de seguridad, etc. ¡Eso es una locura! No ha funcionado nunca y no tendría por qué funcionar ahora.

La solución es sencilla: votemos por temas. Es decir, es absurdo pensar que para todo es aplicable la tecnología —el Facebook para encontrar amigos, el Twitter para encontrar temáticas, el Tinder para encontrar pareja—, pero que para la cogobernabilidad no hay forma. ¡Es ridículo!

No me digan que no se puede. Prefiero que me digan que no se quiere, eso es más honesto.