Rumipamba y nueva conciencia

“…Con una larga sarta de mentiras/ nos hicieron creer/ que esto era la médula,/ que esto el lomo fino de la vida/ y que después de esto/ solamente el diluvio:/ que ellos no más eran los ungidos/ que gracias a su habilidad/ podían extraer de la manga/ autos de lujo,/ conejos/ del sombrero,/ ganancias,/ contratos,/sobreprecios/ con el solo batir de los pañuelos…(…)”. ‘Los intocables de siempre’ es el nombre de este poema del eterno Eueler Granda. Los intocables están en todas las tendencias del poder político y económico. El desempleo de la clase media y de los sectores de escasos recursos es un termómetro cruel de la factura que estamos pagando por un modo de hacer política con corrupción, entreguismo y devastación de nuestros recursos naturales.

Por eso, todos los ciudadanos debemos pedir a todos los poderes que gestionen y que den ejemplo para que se traigan los dineros de la corrupción y se los invierta en el desarrollo sostenible. A los totalitarismos no les interesa la clase media, prefieren una masa empobrecida o a sus favorecidos para que aplaudan dádivas, bonos y discursos. Una sociedad sana sabe que cualquier sistema debe estar a favor del ser humano y no al revés y que debe defender libertades y derechos para el bien común. Un sistema sano respeta y protege sus recursos, no los destruye.

El Parque Arqueológico y Ecológico Rumipamba es un santuario de vida animal y vegetal que fue el hábitat de los quitus hace miles de años en nuestro Pichincha, tutelar padre y cobijo de vertientes y lagos. Miles de firmas se han recogido para evitar que esta joya se destruya. Una nueva conciencia de respeto ciudadano nos une. En Rumipamba están la salvia de Quito, la hierba mora, el pumamaqui, el milín, el aliso, el izo, el tocte, el taxo silvestre, la mora silvestre y, también, están los quindes, kilikos, conejos, otros mamíferos, marsupiales y hasta búhos estigios. ¿Qué institución sensible defenderá estas voces de la naturaleza? La defensa de Rumipamba y su patrimonio natural y cultural es un legado para el alma e identidad de Quito y de la humanidad.

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