Riesgos volcánicos

Franklin Barriga López

En la Isla Grande de Hawai, dos volcanes, interconectados entre sí, se encuentran en erupción: el Kilauea y el Mauna Loa, ambos considerados sagrados por los nativos, que siguen prodigándoles ofrendas.

Desde hace mucho tiempo, el Instituto Geofísico de los Estados Unidos, la Agencia de Manejo de Emergencias, junto a otras instituciones afines de ese Estado norteamericano que comprende pintorescas islas en el Pacífico, en acción coordinada trabajan para mitigar efectos adversos en la población, para lo que oportunamente la preparan e informan de la situación real, como las alternativas para movilizarse si la principal carretera es invadida por la lava o lo que se tiene que hacer frente al gas, la ceniza o las hebras de vidrio que enrarecerían el aire y producirían potenciales problemas entre la población. No se ha olvidado que, en el 2018, el Kilauea arrasó con setecientas viviendas, obligó a desplazamientos poblacionales y produjo otros daños de magnitud.

Expertos manifiestan que frente a una erupción volcánica de poco sirve construir barreras, cavar trincheras e instalar bloques de hormigón, obras que a más de ser costosas y dispendiosas no son la mejor opción, ya que las acciones del hombre se presentan como pequeñas cosas frente a los fenómenos de la naturaleza. Aseveran, además, que lo más importante  es encontrarse listos con planes de contingencia y evacuación.

Estas consideraciones se vuelven oportunas realizar, en estos días en que el Cotopaxi, uno de los volcanes más altos y peligrosos del planeta, por medio de sus emanaciones de gases, vapor de agua, ceniza y tremores, está recordando que es activo y que, en cualquier momento, puede expulsar lo que contiene sus entrañas, como varias veces lo ha hecho y ha quedado registrado en crónicas de caracteres de intenso patetismo, que jamás se las debe olvidar.