Renuncia o destitución

Salvatore Foti

Todo el pueblo ecuatoriano hoy en día se sentirá dolido y desesperanzado viendo cómo van las cosas en el país. La delincuencia hace rato le ha ganado la guerra al Estado.

De hecho, la palabra que mejor podría describir nuestro estado de ánimo es ‘miedo’. Miedo a que nos secuestren; miedo a que nos pidan vacunas; miedo a dejar crecer nuestros hijos e hijas en un país abandonado tanto por el Gobierno como por las instituciones, que en ningún momento han demostrado estar a la altura del momento.

Tenemos un Presidente que jura que todo está bien y bajo control, mientras los índices de violencia y muertes, tanto en las cárceles como en las calles, nos dan cuenta de un Estado fallido.

Por esto, yo me uno a los que ven entre las posibles soluciones la destitución del primer mandatario. Es más, me cuesta entender las razones de los que prefieren dos años más de lo mismo con tal de que no vuelva Correa o que el país no se desestabilice. Primero, porque el regreso de Correa lo han propiciado Moreno y Lasso con su cinismo e ineptitud. Segundo, porque el país ya está desestabilizado por culpa de la ‘gestión’ de Lasso. Me pregunto qué más hace falta para que se destituya a un mandatario.

En las manos de la Asamblea queda la esperanza de que el país pueda volver a las urnas lo más pronto posible y que de paso se vayan todos por ser cómplices de lo que hoy ocurre. Hay salidas democráticas que debemos aprovechar y otras más drásticas  como la creación de una asamblea constituyente, que también deberíamos empezar a tomar en serio.

No hay una institución que funcione ni una promesa que el mandatario haya sabido mantener. La verdad sea dicha, lo más sano sería la renuncia de Lasso, pero esto no va a ocurrir y, aunque no lo entienda, su estadía en Carondelet ya no depende de él, sino de la voluntad popular. Al Presidente solo le quedará acatar las resoluciones que están en camino.