Relato anunciado

La dinámica de la economía delictiva de la droga vigente acelera los espacios de poder al interior de las cárceles. Los tentáculos del narcotráfico trastocan la vida cotidiana e integridad de las personas sin escrúpulos; destruyen la confianza y seguridad de la sociedad entera. Es difícil exigir soluciones rápidas después de mantener la mutación de un narcoestado acostumbrado a las masacres entre bandas de reos, las omisiones penales, la impunidad judicial cínica y demás clichés.

No se trata solo de hacinamiento, revueltas sangrientas o falta de tecnología en el control de las prisiones, sino de deshumanización, pérdida de valores y la extinción de los derechos humanos. No es un asunto de incautar toneladas de cocaína en carreteras, sino de que ya se dobló en los últimos cinco años la producción mundial de coca a pesar de la pandemia. Nada que ver con la disputa mafiosa por las rutas del tráfico de drogas, sino que Ecuador se volvió parte del denominado Vector del Pacífico Oriental para abastecer de cocaína a EE.UU.

No es un asunto de reportar la recaptura de unos 78 reos fugados o el reporte rutinario de cifras: 22 muertos, 70 heridos, 54 mujeres rehenes y una mujer policía ultrajada sexualmente, sino de comprender los contextos y consecuencias sistémicas de la mayor estafa financiera realizada a las fuerzas del orden y el desmoronamiento del sectarismo político criminal de 14 años.

Un realismo mágico que lleva a mercantilizar telecomunicaciones, armas y sicarios en las prisiones, donde no se colocan inhibidores de señal para la telefonía móvil y las llaves de los pabellones las manejan internos y caporales. En corolario a la segunda masacre foucoulteana e histórica que se desata recargada de drama, sadismo y saña como capítulo inconcluso de literatura rocambolesca. Crónica roja del violador ahorcado al día siguiente y del ‘capo de capos’ bebiendo Martini en una playa lejana.

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