Después de la posesión del 24 de mayo, los ecuatorianos respiramos el aire más fresco. Muchos aseguran que es el viento de la derecha; yo creo que es la brisa de la libertad. Pues, definitivamente, el momento que vivimos tiene una lectura más profunda, una que trasciende el debate de la izquierda y la derecha.
¡Qué refrescante escuchar un discurso conmovedor, motivador y esperanzador! Nadie puede discutir que fue un mensaje para todos y no exclusivo para los votantes de Guillermo Lasso. Nadie puede negar que sintió un cosquilleo en el corazón cuando nombró a su esposa María de Lourdes.
Fue un mensaje que incentivó el encuentro, después de años de desencuentro. Fue un mensaje que llamó al olvido, tras interminables reiteraciones de ¡prohibido olvidar! Pero no fue un llamado a la desmemoria, sino una invitación al abandono del rencor, algo tan necesario para el perdón.
Un mensaje así nos despierta la esperanza. Nos aviva la ilusión de un gobierno democrático, tolerante e inclusivo. Un gobierno que desate las amarras del odio y facilite el diálogo para entendernos. Un gobierno que no construya puentes con sobreprecio, sino con inversiones que unifiquen nuestras regiones. Un gobierno que no segregue a la mujer, sino que la incluya en sus propuestas. Un gobierno que no se dedique a buscar enemigos, sino a hacer amigos. Un gobierno que nos libere de él, de Rafael.
Esto no significa que las decisiones serán fáciles. Ni que la economía se reactivará de la noche a la mañana. Ni que las viejas heridas de nuestra fragmentada sociedad sanarán enseguida. Guillermo Lasso no es mago ni curandero, pero es un líder que desea guiarnos para construir el Ecuador que merecemos. Lejos de él, de Rafael. Para que, en cuatro años, antes de ir a las urnas, podamos decir: “¿Rafael? ¿Quién?”.