¿Quién manda en las cárceles y en el país?

Algo ha quedado claro. Los motines carcelarios con muertes violentas son síntoma y reflejo de lo que pasa en el país. No hay control, orden ni salida. 81 muertos y más heridos en una acción coordinada el pasado 23 de febrero demuestran que el actual sistema penitenciario no sirve. Las cárceles faraónicas inauguradas en la década perdida de Correa son solo la punta del iceberg.

¿Correccionales o centros de rehabilitación? No. Escuelas del crimen organizado, donde las pandillas y los carteles mexicanos han hecho su centro de operaciones. No hay que olvidar la conveniente alianza del gobierno de Correa con esos grupos, para que se conviertan en sus fuerzas de choque y para que el Ecuador deje de ser lugar de paso de la droga y se convierta en centro de acopio y distribución (con la presencia de un militar en servicio activo).

El siniestro José Serrano advertía que lo de los motines se conocía desde hace quince días. ¿Por qué no lo dijo antes? El presidente Moreno (que prefiere ver programas de cocina en la televisión), no atinó más que a hacer declaraciones inoportunas donde justifica el hacinamiento en las cárceles con una perogrullada: hay más de 40 mil presos (PPL, en tono amigable) cuando en el gobierno de Correa no pasaban de 9 mil. ¿Es tan simple?

A las cárceles entran modernos equipos de comunicación, pero también ingresan motosierras y armas de todo calibre, para perpetrar asesinatos y ajustes de cuentas entre las mafias, al estilo de Capone en el Chicago de los años 20. Las imágenes de los macabros hallazgos recuerdan la vileza de las personas en situación de encierro.

Esto, sumado a un gobierno que se va en menos de 80 días y candidatos a la presidencia que ignoran la complejidad del problema carcelario. Aparecen las mismas soluciones de siempre: nuevas leyes penales, cargar de articulados esas leyes o aplicar la norma (¿realmente se lo hace o es una pantomima que funciona solo en las ruedas de prensa donde se anuncia la captura de delincuentes y droga?).

No hay que llegar al nivel de Venezuela, donde la criminalidad forma parte del aparato de terror del gobierno de Maduro. El Ecuador demuestra, desde que Correa permitió la entrada al país de cualquier individuo (la ciudadanía universal) y Moreno se hizo de la vista gorda (total, ya se va), que se ha llegado a un peligroso estado de anarquía colectiva, donde vale la ley del más fuerte (que no es el estado) y desborda cualquier control. El camino para ser un estado fallido -como Venezuela- está listo. Los ecuatorianos tienen la palabra.