¡Qué Cuba!

25 y la huida del dictador Batista ha desbocado en un magno estallido nacional. Tiene un carácter geopolítico por la enmienda del embargo Helms-Burton (1996) de Estados y se derrama con la gota sanitaria por el COVID-19 que cerró el transporte y el turismo, que era una especie de salvoconducto para evadir el desencanto del control total desde el Estado.

La criminalización de la protesta contra el régimen castrista de partido único se profundizó desde el Maleconazo (1994) y, con la euforia del grito de hoy, rebasa clase, género, raza: ¡Libertad y Patria! Amnistía Internacional y Human Rights Watch han denunciado desapariciones, muertes y detenidos de los protestantes.

Los órganos del partido comunista centralista Granma y Juventud Revolucionaria no dan pie a la libertad de expresión. La Casa de las Américas ya no enarbola el espíritu pujante de la fundadora Haydée Santamaría. Miguel Díaz-Canel desmintió la protesta como una mentira; no admitió el símbolo de cambio cultural de Cuba y ha criticado el pedido de correo humanitario de presidentes latinoamericanos, entre ellos Lenín Moreno y Osvaldo Hurtado, a excepción de México, Venezuela Nicaragua, Bolivia y Argentina, que mantienen el bozal del Socialismo del Siglo XXI con sellos de corrupción similar al correísmo en Ecuador.

El exilio ha sido uno de las paradojas. A inicios de la revolución Fidel expulsó a los “marielitos” desde las cárceles, hecho que protagonizó en el cine Al Pacino en Cara cortada. La canción Ojalá del cantante Silvio Rodríguez de la Nueva trova anuncia hace décadas el nefasto fin de autoritarios que huelen a podredumbre: “Que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan Para que no las puedas convertir en cristal/ Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo/ Ojalá que la luna pueda salir sin ti/ Ojalá que la tierra no te bese los pasos”. Toda inequidad debe eliminarse para no calentar las calles por protestas. El capitalismo tampoco ha dotado de calidad de vida a sus ciudadanos.

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