¿Qué amenaza la libertad de prensa?

La amenaza más evidente a la libertad de prensa en el mundo son los regímenes autoritarios, algunos de los cuales han redoblado las restricciones a los medios durante la pandemia. En Hungría, que pasó al lugar 92 en la clasificación de RSF sobre libertad de prensa, enfermeras y médicos tienen prohibido hablar con periodistas independientes.

Los regímenes autoritarios también están recurriendo a técnicas menos evidentes para limitar el pluralismo de los medios de comunicación. Por ejemplo, privan de publicidad estatal a aquellos que les son críticos. O crean las condiciones para que los empresarios afines los adquieran, como ha ocurrido en Turquía, donde los oligarcas de la construcción pagan sus deudas políticas con el residente Erdogan tomando el control de periódicos independientes; [ocurre en latinoamérica con ‘empresarios’ como Ángel Gonzáles].

Las democracias cometen errores todo el tiempo, pero su singular virtud, según la narrativa liberal estándar, es que solo ellas pueden corregirse y aprender de sus errores. En contraste, los regímenes autoritarios supuestamente no pueden hacerlo y acabarán por estancarse o colapsar como la Unión Soviética. Si bien estos regímenes no son invencibles, sería ingenuo pensar que su caída es inevitable. De hecho, constantemente desarrollan nuevas políticas, como leyes aparentemente neutrales que sirven para reprimir a la sociedad civil.

En los países donde todavía no llegan al poder los populistas de derechas, estos se han vuelto hábiles en desarrollar contrapúblicos en línea, en que sus participantes acusan a los periodistas de estar sesgados y los presionan para demostrar su profesionalidad prestando la máxima atención a los temas preferidos por la derecha y, con menos obviedad, a practicar un estricto reporteo de “ambos lados” para todos los temas.

El imperativo de demostrar objetividad mediante la cobertura de todas las perspectivas políticamente relevantes tiene resultados razonablemente buenos en las democracias que funcionan bien. Pero cuando los partidos se vuelven contra los principios democráticos, ese tipo de periodismo se convierte en un facilitador de sus actividades.

Como ha señalado el crítico de los medios Jay Rosen, presentar una realidad política asimétrica como una simetría es, de hecho, una distorsión.

Puede que los periodistas ya no sean lo que el periodista británico W.T. Stead llamó en el siglo diecinueve “los reyes sin corona de una democracia educada”. Pero están aprendiendo a trazar un límite entre un desacuerdo normal con las políticas y las amenazas a las libertades básicas de las que depende su propio trabajo (incluso si ese límite pueda ser discutible).

A su vez, el público ve que evaluar a los medios es un reto complejo: un periódico o canal puede ser imparcial, pero no independiente; un dueño puede cambiar cosas a su antojo. A la inversa, puede estar bien el que un periódico practique una “parcialidad transparente”, es decir, interpretar las noticias desde una perspectiva socialista, por ejemplo, es perfectamente aceptable para publicaciones de los partidos de tendencia socialdemócrata, siempre y cuando el público sepa qué está leyendo y por qué.

Precisamente esta transparencia es lo que falta en las plataformas mediáticas de hoy: todos, desde los usuarios comunes a investigadores altamente competentes, están a oscuras sobre cómo los algoritmos creados y patentados por esas compañías clasifican a la gente en grupos y priorizan mensajes particulares. Esto no debería llevarnos a condenar las nuevas formas de autoexpresión como las redes sociales. En vez de eso, debemos estar conscientes de cómo los regímenes y partidos autoritarios las usan para simular apoyo y reprimir el disenso.

Algunas plataformas se basan en un modelo de negocios que se podría describir como “capitalismo de la incitación”: se mantiene enganchados a los usuarios con contenidos cada vez más extremos. El odio paga, ya que el “enganche” se puede monitorear y la atención se puede vender a los publicistas. El odio también forma públicos desde los cuales, como el teórico social francés Gabriel Tarde observó a comienzos del siglo veinte, pueden surgir muchedumbres radicalizadas.

Ese tipo de turbas violentas a menudo atacan a periodistas. Una razón por la que democracias como Alemania han descendido en la clasificación de RSF no es que el gobierno esté reprimiendo a los medios, sino el hecho de que los profesionales que informan sobre las manifestaciones contra el enfoque adoptado por la Canciller Angela Merkel contra el COVID-19 han sufrido ataques cada vez más violentos de los manifestantes. Por supuesto, Facebook, Twitter y otras plataformas de redes sociales no tienen la responsabilidad exclusiva por estas reacciones violentas, pero regularlas de manera más estricta parece ser hoy esencial para la protección de la libertad de prensa.

 * Profesor de Política en la Universidad de Princeton, miembro del Instituto Berlinés de Estudios Avanzados.

© Project Syndicate, 2021.