Privilegiados

Matías Dávila

En medio de esta coyuntura, estar —“privilegiado”— es una palabra que se entiende como insulto, un improperio desatinado que viene del resentimiento social de un grupo de envidiosos y vagos. Pero, realmente, ¿quiénes son los privilegiados?

Vi un ejercicio social que me llamó la atención. Pusieron a 30 estudiantes de varios establecimientos y varias edades, alineados horizontalmente en una cancha de fútbol. Todos pisaban la línea y veían para el frente. En la mitad de la cancha había un billete de 100 dólares. Les indicaron que harían una carrera y que el primero que llegue a los 100 dólares se los podía quedar. Los más veloces y fuertes estaban muy emocionados.

El instructor con un megáfono les explicó que no correrían aún, sino que primero darían un paso adelante si su respuesta era sí. Empezó a preguntar a manera de afirmación. Lo hizo así: “Estoy en un colegio particular”. Menos de la mitad dieron un paso al frente. “Soy hombre” y avanzó más de la mitad de todo el grupo. Y mientras más afirmaciones hacía parecía que solo avanzaban unos y otros se quedaban detrás. Enunciaré algunas afirmaciones.”Todos los días de este año he comido tres veces al día”, “Tengo más de dos pares de zapatos”, “Tengo un seguro de salud privado”, “He salido del país”, “Vivo con mi papá y con mi mamá”, “Nunca tuve que trabajar de niño” y así. Cuando finalizaron las preguntas, solo dos estaban más cerca de llegar al billete. Fue cuando el instructor dijo: “¿Preparados para correr? En sus marcas, listos, fuera”. Llegó primero el que iba primero. Los de atrás hicieron su mejor esfuerzo pero no pudieron llegar. No sé si el participante finalmente se quedó o no con los 100 dólares. Lo que pude ver es justamente el efecto real que tienen los privilegios… los míos porque son los que debo analizar antes de satanizar al resto. Y me pregunto: “¿qué es lo que espera Dios que haga con ellos?”. “¡Servir!”, me contesta.