Porque pudimos

Ha pasado un año desde el descalabro del Covid-19 y la única certeza que queda es que esto ha sido un colosal baño de humildad para la humanidad. La pandemia nos ha mostrado que, como especie, sabemos mucho menos de lo que creemos que sabemos. No hay mejor ejercicio triturador de vanidades que revisar los pronósticos, proyecciones y recomendaciones que los ‘expertos’ hacían al inicio de la pandemia. La inmensa mayoría resultaron equivocadas y, curiosamente, casi nadie tuvo, en ese entonces, la dignidad de decir “no se sabe” o, al menos, “no se sabe aún”. Hoy, muchos, incluso insisten en justificar y atenuar sus graves desaciertos.

Tal y como suele suceder en una sociedad adicta al miedo como la contemporánea, los efectos médicos de la pandemia no han sido tan catastróficos como se aseguraba que serían, mientras que los efectos sociales, económicos y políticos de las medidas que se tomaron para combatirla han echado a andar un estremecedor proceso de transformaciones en el mundo cuyas consecuencias apenas comenzamos a apreciar. No es justo criticar a nadie por las decisiones que hubo de tomar en ese momento, cuando nada se sabía, pero sí es legítimo exigir que se reconozca que lo que se dio fue una subjetiva decisión política y no un inmaculado proceder de salud pública.

Las autoridades eligieron, ante una enfermedad con una mortalidad bajísima, transferir el riesgo a otros sectores y politizar el tema con tal de no tener que lidiar con las consecuencias de la fatalidad. Como sociedad, lo hicimos y toleramos porque pudimos, porque contábamos con la tecnología para tornar factible el disparate de eliminar la interacción humana. Para obviar la discusión se creó una dicotomía infantil entre ‘buenos’, los dóciles confinados, y ‘malos’, los egoístas que insistían en vivir.

Probablemente, en un futuro cercano tengamos que enfrentar más situaciones como esta. Ante ello, habrá que recordar que nadie, ni el Estado, puede prometer un mundo sin muerte y que la discusión acerca de qué o quién sacrificar no es médica ni científica, sino moral y política. Y todos tienen derecho a participar de ella.