¿Polarizados o fragmentados?

Rosalía Arteaga Serrano

En los últimos tiempos se viene hablando de una polarización política en Ecuador, sobre todo cuando se tiende a analizar el correísmo y el anticorreísmo. Sin embargo, cuando vemos lo ocurrido en las últimas elecciones, y también en las anteriores, no advertimos tal polarización, porque la aparición de un sinnúmero de partidos y movimientos políticos más bien abona a la dispersión. Esto significa el surgimiento de múltiples posibilidades que complican los panoramas electorales.

En efecto, en las recientes elecciones de autoridades locales nos enfrentamos a la poca representatividad de los ganadores, quienes lo hacen con cifras alrededor del 20%. Esto defrauda las aspiraciones legítimas de intervenir y de aportar con su experiencia y conocimientos que tiene una porción muy numerosa de electores.

Esa disgregación o dispersión, representada por la insurgencia de partidos y movimientos, tentados por la tajada de financiamiento que ofrece el Estado, a través de las asignaciones que proporciona el Consejo Electoral, confunde a los electores, disminuye la posibilidad de llegar a acuerdos al interior de los cuerpos colegiados como es el caso de las municipalidades y, por lo tanto, abona a la falta de gobernabilidad de los gobiernos locales.

La dispersión ocasionada por las múltiples opciones que trae la papeleta electoral no está jugando a favor de una mayor estabilidad y a la buena administración de los gobiernos locales, que tan importantes son para la marcha del país y sobre todo la satisfacción de necesidades de los ciudadanos. Nos aleja de llegar a tener mejores autoridades y una mayor tranquilidad para quienes depositan sus votos, a la espera de que se genere esa representatividad y ese trabajo positivo.

La polarización suele ser negativa, pero también la dispersión en las decisiones electorales nos pasa factura y trae resultados pobres a una democracia tan vapuleada como la ecuatoriana.