Pesimistas mientras se pueda

Daniel Márquez Soares

Leonardo Laso, quien hasta ayer fungía como Secretario de Comunicación, ha sido ya defenestrado; sin embargo, días antes de su renuncia, en una entrevista con Plan V, expresó algunos criterios —que no son exclusivos de él, sino de todo el régimen— que ilustran por qué el Gobierno de Guillermo Lasso está irremediablemente condenado.

La primera convicción nefasta —típico de todos los regímenes que han sido protagonizados o tutelados por esa oligarquía serrana que arrastra las erres, habla con acento nasal y cuyos miembros se refieren unos a otros con artículos definidos y diminutivos— es la de que todo el que no está en el poder es un pobre “sabio de cóctel” (dice Laso, citando como gran tomador de decisiones ¡al expresidente Jamil Mahuad!). Ese desdén por quienes no ostentan cargos —algo común en los aristócratas, pero impropio de quienes presumen de demócratas— suele derivar en una sordera política que hace que los poderosos de hoy sean los exiliados o prófugos de mañana. Todo el equipo que rodea al presidente Lasso, autodenominados expertos bajo cuya gestión se han producido los más variados fracasos —desde el derrumbe de la producción petrolera hasta una nueva ola migratoria y una virtual duplicación de asesinatos en el país— deberían tomar nota de ello.

La segunda es creer que el pueblo ecuatoriano “tiende a lo negativo” o “no reconoce nada de lo positivo”. Lasso, Laso y el resto de aspirantes a ‘coaches de pensamiento positivo’ que nos gobiernan deberían recordar que muchos de los pueblos más desarrollados del mundo son conocidos por su capacidad de preocuparse y de fustigarse, y que si Ecuador no se hundió antes en un baño de sangre como el de Colombia o en un caos completo como el de Argentina —países a los que Laso usa como ejemplo de actitud ‘positiva’— es en gran parte por nuestra capacidad de preocuparnos antes de que se consumen los desastres. Mientras queda algo que salvar, es bueno ser cruelmente críticos e incorregiblemente pesimistas; así, al menos, evitamos que el ‘optimismo’ de estos genios, que nos juzgan a todos bobos y amargados, termine de sepultarnos en un hueco que, tan hondo, no nos dejará más salida que, ahí sí, ser ‘positivos’ aunque no haya motivo.