Persecuciones

Daniel Ortega y su esposa, Rosario Morillo, constituyen una representación de los opresores que llegan al poder y no quieren dejarlo, valiéndose de las conocidas artimañas que emplean los absolutistas para perpetuarse en el Gobierno.

En últimas declaraciones, después de alabar a los regímenes de Cuba, Venezuela, Argentina y Bolivia, Morillo ha dicho “vencimos, venceremos y somos libres, para continuar caminando la paz y los triunfos cotidianos del trabajo, la integridad, la honradez de nuestro pueblo que sabe de luchas y honor. No somos colonia de nadie, nos fortalece la unidad de la ALBA”.

Semejantes opiniones, cantaletas atorrantes, fluctúan entre la desvergüenza y el cinismo: la población nicaragüense se debate en la pobreza, la humillación y la autocracia. Esa pareja es la que más riqueza posee en el vapuleado país y no precisamente por herencia familiar. ¿Las naciones que fueron mencionadas son ejemplo de prosperidad o de frustraciones incalculables? ¿De libertad y progreso?

Las cercanas elecciones están envueltas en triquiñuelas y abusos. Ortega y Murillo buscan obsesivamente la reelección, luego de quince años en el poder, para lo cual encarcelan o persiguen a los candidatos opositores, nombraron a seis magistrados en el Consejo Supremo Electoral, mantienen tras las rejas a más de un centenar de políticos y han embestido con fiereza a los medios de comunicación independientes.

Son razones más que suficientes para protestar en contra de la tiranía y en solidaridad con las desventuras del pueblo nicaragüense. Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, urgió que cesen las persecuciones a los disidentes, se respete los derechos y libertades, a la vez que pidió un proceso electoral limpio. A esta autorizada voz se sumaron 59 países.