Perfil del corrupto

Rodrigo Contero Peñafiel
Rodrigo Contero Peñafiel

La corrupción se considera como un síntoma del trastorno antisocial de la personalidad. El corrupto es ególatra y narcisista, siente la necesidad de ser admirado y se cree superior a los demás; solo piensa en su ego e ignora a las demás personas, no controla sus impulsos ni emociones, sus sentimientos carecen de valores éticos y morales que intenta disimular; es calculador y violento, cree que lo que hace nunca será descubierto, imagina situaciones irreales que utiliza para burlar a la justicia; su perfil irresponsable y antisocial es de un manipulador, transgrede los derechos y libertades de los demás, nunca muestra arrepentimiento por sus actos y siempre culpa a otros de sus fechorías.

El corrupto se aprovecha del poder en beneficio propio, de un grupo de personas o de alguien con rango superior. El corrupto destruye su reputación, la de su familia y altera la moral de todo un país. Los rasgos psicopáticos de su personalidad pueden ser imitados por otras personas, incluso por miembros de su propia familia; no respeta ni toma en cuenta los valores personales, no le importa robar para beneficiarse, ha perdido todo tipo de principios éticos y morales. Los rasgos discordantes de su personalidad afectan a niños, jóvenes y adultos.

La salud mental de la población se va afectando permanentemente por la anomia o apatía, es decir, da lo mismo ser honesto o no. Muchas personas dicen: “con que haga obra no importa que robe, es un error de buena fe, una equivocación”, para luego obstruir a la justicia o victimizarse como “perseguidos políticos”. Muchos movimientos y partidos políticos terminan escondiendo o defendiendo todo tipo de atracos de sus miembros.

Catorce años de un gobierno revolucionario populista han dejado huellas imborrables de organizaciones delictivas organizadas que todavía persisten, buscando encubrir sus fechorías en instituciones inoperantes y corrompidas. Los rasgos paranoides de una personalidad corrupta no necesariamente tienen que ver con una enfermedad mental, pero son personas que están dentro de los límites de la razón y la moral. Quien conoce u observa un acto de corrupción y no lo denuncia, se convierte en cómplice.