Pérdidas

El pasado fin de semana me agobió y me estrujó el corazón la noticia de que los padres de cuatro buenos amigos se fueron con la distancia de dos días, víctimas de Covid. El viernes se lo velaba al padre y el lunes a la madre.

Este fin de semana sentiré la pérdida de no poder abrazar a mi madre, que deberá quedarse en su casa con el sentimiento encontrado de tener un día para ella sin la cercanía de los suyos pero sabiendo que venció al virus.

Cuando hablan de pérdidas económicas porque los centros comerciales no pueden abrir o cuando se quejan porque la gente no se moviliza, viene a mi mente la imagen de mis amigos velando por Facebook a sus padres.

Las pérdidas económicas son producto de la mala gestión de los administradores de este país, que privilegiaron sus necesidades sobre las de la gente; arribistas, como decía mi papá, que lo único que ven es su beneficio: la lista es interminable, y empieza por la cabeza que no piensa cuando habla.

Las pérdidas son de los nuestros, no son números, estadística ni cifras macroeconómicas, sino recuerdos, cariños y abrazos que ya no tendremos, gracias a que no existen vacunas, pero sí permisos para laborar jornadas interminables en casa y salidas descontroladas a los centros comerciales, porque la economía está sobre la vida.

La pérdida más severa es la de la vergüenza, y bien deberíamos marcar las redes sociales y las paredes de todo el país, a manera de pintura infamante del Renacimiento, con la cara de todos aquellos que dejaron perder la vida de nuestros allegados, conocidos y familia.

Perder la dignidad y la vergüenza es un signo de que por dentro se pudren en vida, lentamente, no por un virus letal, sino debido a que su alma, su espíritu o como quieran llamarlo se consume lentamente y su penitencia es vivir con ese padecimiento prolongado.

¿Se les perdieron las vacunas? ¿Se les perdieron los certificados? ¿CNT perdió las bases de datos? ¿Michelena perdió el celular?