País o paisaje

Todos tenemos a un familiar, amigo o conocido, que ha sido víctima de la delincuencia. También, estoy seguro, todos conocemos a alguien que mira con amargura la realidad nacional y se plantea, muy seriamente, migrar a otro país. No dudo, tampoco, que entre nuestros allegados exista quienes han fracasado con sus negocios y emprendimientos. Y, finalmente, habrá más de uno que esté arrepentido de haber votado por Lasso. ¿Es normal y hasta cierto punto justificable tanta desesperanza?

Analice por un segundo cómo es su día a día. Dejar de salir o llegar temprano a casa por temor a ser asaltado o asesinado por la bala perdida de un sicario. La cantidad de candados, llaves, cámaras, rejas y más, a las que hemos sometido a nuestras casas como mecanismo preventivo por la inseguridad. Es que ya no importa la estética o la arquitectura de nuestros barrios, tan solo sentirnos un poco más protegidos. O estar esperando que cambie el semáforo a verde y tener que mirar con sospecha y recelo a todo al que tenemos cerca. O verse impedido de visitar un parque, malecón, plaza o cualquier otro espacio público por precautelar la integridad de su familia. ¿Quiere saber qué es lo peor de todo esto? Que nos hemos acostumbrado a vivir así por tanto tiempo, que ya nos termina resultando “normal”.

Ni se diga de la impunidad e injusticias a las que nos tienen acostumbrados nuestros juzgados y tribunales, tomando decisiones para unos cuantos privilegiados, al ritmo y acomodo a la que tan solo ellos tienen derecho. Mientras tanto, el común de los mortales debe resignarse a que sus causas sean atendidas durante años, en medio de tropiezos y una administración de justicia que no tiene reparos en quitarse la venda de los ojos para no ser tan ciega cómo debería ser. Si le queda duda, recuerde lo sucedido con Glas y su habeas corpus exprés en Manglaralto. ¿Quién puede animarse así a que sus problemas sean resueltos por individuos poco probos?

Todos tenemos derecho de sentir hastío, cansancio e incredulidad frente a un país que parece darnos la espalda. Ecuador se ha convertido en un lugar que no ofrece abrigo, protección y seguridad e incluso, en un muy mal lugar para criar a nuestros hijos. Es que aquí hace mucho dejamos de vivir para preocuparnos por sobrevivir. Bien dice un querido amigo: “no somos un país, tan solo un paisaje”.

@ItaloSotomayor

[email protected]