País del encuentro

Después de intervenciones públicas de gobernantes que no fueron estadistas, que se caracterizaron por elementalidad, lugares comunes y hasta insultos grotescos que denigraron a la política como arte y ciencia que es, se escuchó un discurso de solidez conceptual, respetuoso contenido y genuina visión patriótica.

En el acto de posesión, Guillermo Lasso ofreció una pieza oratoria que merece  ser relievada, ya que estuvo acorde al nivel de la Presidencia de la República, el Parlamento Nacional, la significación del 24 de Mayo para los ecuatorianos, de los  invitados y de los cientos de miles de radioescuchas y televidentes.

No era para menos la expectativa que generó el mensaje inicial del flamante mandatario, en vista de las precarias condiciones en que se debate el Ecuador, por diversas causas, siendo las principales la pandemia que azota al mundo, la falta de patriotismo de la gran mayoría de líderes y la decadencia de la ética y la moral, que llegó a dimensiones inconcebibles en quienes debieron ser ejemplo de capacidad y decencia.

Fue enfático, de guante blanco, cuando aseveró que “los gobiernos no han estado a la altura de nuestra gente, han traicionado los principios fundamentales, cedieron a la tentación autoritaria. El pueblo ecuatoriano es el mejor pueblo al que un presidente puede aspirar”. Expresivo al máximo, cuando declaró que con él se acababa la era de los caudillos y que buscará recuperar el alma democrática de la República.

Otro acierto consistió en su reconocimiento de nuestro Estado como laico. Ello quiere decir respeto a las diferentes religiones, cultos y formas de pensar, lo que es atropellado por los totalitarios.

Buen comienzo el de Guillermo Lasso, cuyo eje de Gobierno será el país del encuentro, que molestará a los que propugnan la lucha de clases.