Pactos y pactos

El país vive este momento una histeria colectiva, una cacería de brujas —paranoica y especulativa como todas—contra los supuestos “pactos. El resultado es incluso gracioso: el Partido Social Cristiano acusa a CREO de tener un pacto con UNES; CREO, a su vez, se defiende asegurando que quien tiene pacto con UNES son los socialcristianos; mientras, UNES niega tener pacto alguno; un sector de Pachakutik acusa al otro de tener un pacto con el correísmo, y los acusados contragolpean diciendo que quien tiene pacto son los otros, pero con el presidente; todos dan por sentado que la Izquierda Democrática pactó y esta, a su vez, denuncia que todos tienen pactos menos ella. “Pacto” es el nuevo insulto del momento, como en otras épocas “corrupción”, “partidocracia” o “comunismo”.

El “pacto original” del que nace toda esta mitología paranoide fue aquella reunión, hace casi un año, entre el entonces presidente electo Guillermo Lasso, el líder socialcristiano Jaime Nebot y, vía telemática, el expresidente Rafael Correa. Llegado el momento, Lasso se echó atrás, lo denunció y, desde entonces, todo el mundo se dedica a buscar y perseguir pactos.

Aquel encuentro, hoy tan desdeñado, marca lo más cerca que Ecuador ha estado en décadas de llegar a un consenso civilizado y resulta intrigante imaginar “lo que hubiese sido” si es que llegaba a ejecutarse. Faltaba apenas un representante del movimiento indígena —algo que quizás los tres pudientes caudillos costeños ni siquiera consideraron— para que surgiese algo con lo que ya ni siquiera osamos soñar: un orden genuino y garantizado por fuerzas verdaderas.

En lugar de eso, preferimos echar todo por la borda y convertir en mala palabra a todo lo que tenga sugiera entendimiento, negociación o consenso. Creemos que se puede gobernar excluyendo explícitamente a un tercio de la población —da igual si ese tercio son los correístas, los indígenas o la burocracia civilizadora serrana, esa que antes se agrupaba alrededor de DP-ID y hoy de CREO-ID.

No importa cuál sea nuestra tendencia; aunque duela, para progresar tenemos que aprender a trabajar con ese setenta y cinco por ciento de la población que detestamos.

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