Pactos y cambalaches

Ecuador necesita acuerdos transparentes, de largo plazo y con una amplia aceptación de los distintos sectores en temas claves: combate al desempleo, salvataje a la seguridad social, eliminar la desnutrición crónica infantil, torpedear la corrupción y la impunidad, sacar del raquitismo a la educación en las áreas más pauperizadas, resolver la inseguridad y la violencia en sus diversas manifestaciones… La lista es muy larga, porque hemos aprendido a vivir de las urgencias, de medidas parches, cortoplacistas y clientelares. No hay un proyecto país. Cuando llega un nuevo Gobierno, borra y va de nuevo.

¿Qué impide a los tomadores de decisión que den el paso para construir acuerdos que vayan más allá de sus intereses? La primera tarea es revalorizar el diálogo como un elemento constitutivo de la democracia y la convivencia pacífica. En ese sentido, hay un patrón cultural que está ausente en la política: escuchar al otro y otorgarle el estatus que merece como interlocutor. El canibalismo es la constante. Todos se descalifican sin haber analizado el criterio de nadie. Si esta situación es recurrente y está naturalizada, entonces, el problema es de cultura. En otras palabras, cómo está concebida la política por parte de quienes la gestionan con las honrosas excepciones que siempre hay.

La segunda tarea es evidenciar que las fracturas históricas son demasiado complejas para seguir apostando por ellas: el regionalismo o clivaje entre Quito y Guayaquil, el racismo como la peor muestra de que no superamos el colonialismo, la viveza criolla como atajo y escalonamiento por parte de quienes carecen de méritos y ética, el machismo y la falta de visión de las elites. Entonces, mientras los unos y los otros sigan capitalizando el regionalismo, los prejuicios étnicos, el arribismo y el individualismo, el país seguirá como ha estado: caminando por el esfuerzo de una mayoría que vive con menos de dólares al día y que, pese a los golpes de una minoría, sigue cantando los goles de la selección como antídoto a la miseria. A propósito del Decreto-Ley de la Reforma Tributaria, qué bueno hubiese sido que haya acuerdos y no esta telenovela.