Pablo Granja
Palestina nunca existió como país, a lo largo de los siglos siempre fue ‘parte de’. Sin ir más atrás, hasta la Primera Guerra Mundial aún era parte del Imperio Otomano pero otro Imperio, el Británico, en 1917 se pronunció por el “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”, oficializado en 1922 por la Liga de Naciones. Empezaba a tomar forma un territorio para esta nación dispersa y perseguida a lo largo de los siglos; entendiendo como ‘nación’ a la milenaria identidad cultural, religiosa y étnica que la locura nazi pretendió desparecerla con la infame ‘solución final’. No obstante, la declaración no consideró los derechos de los árabes, surgiendo un sentimiento nacionalista que provocó la Gran Revuelta Árabe (1936 – 1939). Al término de la Segunda Guerra Mundial, la ONU emitió la Resolución 181, proponiendo la división de Palestina en dos Estados, árabe y judío.
El 14 de mayo de 1948, bajo el liderazgo de David Ben- Gurión se proclamó la independencia de Israel; ese mismo día todos los países vecinos le declararon la guerra al flamante Estado judío, que al vencer provocó la migración de 700 mil árabes. En las guerras que se sucedieron Israel anexó territorios por la fuerza, más allá de los linderos fundacionales; incluyendo el desalojo y destrucción de los indefensos asentamientos árabes, consolidando la presencia civil y militar israelí. En 1964 se formó la Organización para la Liberación de Palestina OLP, reconocida por la ONU diez años más tarde. Su objetivo original de destruir Israel mediante la lucha armada posteriormente se inclinó por dos Estados que convivieran en paz. En 1988, se declaró la independencia de Palestina con jurisdicción sobre Cisjordania y Gaza, que pasó a administrar la Autoridad Nacional Palestina. En 1993, el líder de la OLP, Yasir Arafat y el primer ministro israelí Isaac Rabín se reconocieron mutuamente dando paso a los Acuerdos de Oslo. Al tiempo que la OLP avanzaba en su política de convivencia pacífica, al interior crecían las desavenencias con grupos radicales como Hamás y la Yihad Islámica, que incorporaron el ingrediente religioso a la lucha anticolonialista, declarando la guerra santa contra Israel. Los conflictos e intrigas dentro del mundo árabe crecían. Mientras el pueblo israelí con su espíritu laborioso, disciplinado, talentoso, paulatinamente convertía las arenas inertes en campos fértiles y productivos, y se alzaba como una potencia tecnológica y militar.
Hamás tomó control de la Franja de Gaza imponiendo un régimen implacable y fanático. Su odio y barbarie tuvo su máxima expresión el 7 de octubre en que logró burlar la vigilancia fronteriza incursionando en territorio israelí. Nada, absolutamente nada justifica la orgía sangrienta de matar a sangre fría a 260 jóvenes que asistían a un festival musical, ni incursionar en poblados y kibutz para asesinar a niños inocentes, ni secuestrar ancianos para convertirlos en rehenes; o violar mujeres, una de ellas paseada semidesnuda como si fuera un trofeo de guerra. El gobierno israelí ha pedido el desalojo de civiles de Gaza porque prometen acabar con este terrorismo salvaje, lo que acarreará consecuencias impredecibles. Nadie está a salvo. Muchos países han organizado la evacuación aérea de sus compatriotas y el gobierno del Ecuador también lo ha hecho, delegando a funcionarios que han actuado con extraordinaria coordinación, rapidez, sensibilidad y eficiencia para asistir con un primer vuelo con 160 pasajeros. Gracias presidente Lasso, muchas gracias, mi hija y su familia aterrizaron ilesos en Quito en la mañana de este lunes.
Pablo Granja