Pablo Escandón Montenegro
Hace nueve años nos dejó el gran luthier argentino Daniel Rabinovich, ese gordito barbudo que en la payada gauchesca se olvidaba de la rima consonante y de mencionar el animal al que se referían en el duelo criollo. También fue esa voz de la Gallinita dijo Eureka y con el tiempo dejó en la memoria de los fanáticos del humor académico argentino el “gag” más perfecto con alusión a Esther Píscore…
Mi fanatismo por Les Luthiers empezó cuando los vi en televisión en blanco y negro cuando Daniel era el cómico que desentonaba, el que cometía errores, el que no encajaba en la corrección del grupo académico de música humorística.
La dupla que hizo con Marcos Mundstock es inmortal. Recurro cada vez a sus actuaciones en los diversos programas que montaron estos genios del humor, y sus chistes son frescos, no envejecen, son inteligentes pero sencillos; el doble sentido tiene que ver con todo menos con lo sexual o denigrante a otras personas, con lo cual ya hubieran sido cancelados en este contexto de intolerancia.
Daniel Rabinovich murió a los 71 años, víctima de una dolencia cardíaca. El corazón, lo que más entregó en sus espectáculos, le falló; tal vez fue porque eso era lo que más movía en sus actuaciones, que por más preparadas y practicadas, sonaban espontáneas y se veían como si fuera la primera vez que las ejecutaba. Eso es tacto… como diría el narrador en la historia de Yogurtu Ungé (lo escribo como suena, porque si Rabinovich dijo Esther Píscore y no Terpsícore, los gordos con barba podemos seguir con su “gag”).
Los reemplazos a Mundstock como narrador son memorables, pues en voz y actitud de Daniel, el mismo parlamento tiene otra intención, tiene otro talante y genera otra risa, pues las risas son distintas, dependiendo de quién las genera.
Con todo esto, Daniel Rabinovich debería estar entre las musas de las artes, entre Ester y la musa del queso, la musarela…
Grande Daniel, nunca te olvidaré y sea hoy un homenaje a tu vida, a la risa y al humor clásico que no muere.