Otra virtud olvidada: la fortaleza

Para muchas personas el hablar de virtudes tiene un arcaico tufillo a beatas y sacristía, por eso, prefieren hablar de valores, aunque no sean sinónimos. Ya he tocado el tema con la paciencia de mis lectores. En esta columna me refiero a la fortaleza, no como algo propio de los católicos que la colocamos dentro de las “virtudes cardinales” o sea alrededor de las cuales giran las restantes, sino como cualidad humana.

Muchas veces se restringe esta virtud al ámbito de la voluntad, a no dejarse vencer por las dificultades externas o internas y a saber enfrentar las coacciones venidas del medio social, las cuales se concretan en diferentes medios de presión como los prejuicios de toda índole, las modas, las opiniones aceptadas sin crítica y, hoy en día lo más penoso, la corrección política.

Esa fortaleza de la voluntad debe ir acompañada, si no precedida, por la fortaleza de la razón; virtud esta más olvidada todavía, y no solo, sino vilipendiada y escarnecida como resabio de épocas obscuras y poco respetuosas de las individualidades. Sin embargo, el vigor mental precede a toda fuerza humana, obliga a nuestra razón a seguir sus caminos a pesar de los cantos de sirena cuya melodía pretende conducirnos a aparentes jardines de delicias y nos llevan a arrecifes donde los débiles naufragan sin remedio. 

Este rigor racional nos impone ceder ante la verdad objetiva que se nos presenta si somos honestos y adoptamos una conducta humilde pero recia. Así esta doble fortaleza, la volitiva y la racional, nos permite vencer las apariencias engañosas tanto sociales como íntimas para percibir y alcanzar ese ideal que permite darle sentido a la vida, orientarla hacia metas excelsas.

La reciedumbre de la mente y del carácter permiten al ser humano actuar con responsabilidad, asumir las consecuencias de los propios actos y de las propias omisiones, dejando de lado las consabidas justificaciones esterilizantes, por las cuales la culpa siempre es de otros, hasta de la vaca, como escribió alguien. Al actuar así nos enfangamos en la mediocridad. Lástima.