¡Ojo con Haití!

PACO MONCAYO

La situación de dolor y el sentimiento de indefensión agobia con mayor fuerza a los países pobres en estos tiempos en que soportan el acoso brutal de un virus que ha venido a cambiar los conceptos esenciales de la convivencia entre las personas, las organizaciones sociales y el poder político. En estas condiciones ciertos Estados dejan de cumplir las competencias esenciales que sostienen su legitimidad y ponen en riesgo su propia supervivencia, como lastimosamente parece estar sucediendo en Haití.

Generalmente, estas crisis estallan en los países de más débil institucionalidad, que son incapaces de enfrentar los retos de amenazas de gran magnitud y terminan con una descomposición total del sistema político y de la cohesión social. A Estados en estas condiciones se los califica como ‘fallidos’.

Las varias definiciones de lo que constituye un Estado fallido coinciden en considerarlo como aquel ineficiente en proveer bienes públicos a su población y en mantener control institucional y social en el ámbito de su territorio; sin capacidad para generar consensos básicos necesarios para gobernar y mantener su soberanía, incluido el monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza. Se convierten, de esa manera, en una amenaza para sus ciudadanos y para la comunidad internacional. Generalmente un Estado fallido se caracteriza por altos grados de corrupción y criminalidad.

Sin una actitud alarmista se debe reconocer que el Estado ecuatoriano presenta algunos síntomas que deben ser analizados y enmendados con oportunidad para evitar que se configuren situaciones de agravamiento irreversible. La corrupción campea en la mayoría de estructuras sociales y funciones políticas; las estructuras básicas de la convivencia tambalean; la cohesión social entre clases, grupos, pueblos y nacionalidades es débil; los cárteles de las drogas y organizaciones criminales se han repartido áreas importantes del territorio y la economía, a la vez que mantienen guerras sangrientas entre ellos y, lo peor, en estas circunstancias, surgen voces irresponsables que, lejos de aportar a un gran acuerdo nacional, se esmeran en exacerbar las diferencias y aupar la impunidad. ¡Cuidado! ¡Dejen de jugar con fuego!