Nuestros ‘Rokossovskis’

Durante décadas, Ecuador fue para la seguridad y la paz lo mismo que Uruguay u Holanda para el fútbol: países pequeños cuyos inexplicables éxitos igualaban los de actores mucho más grandes y ricos. Sin embargo, los ecuatorianos, en lugar de valorarlo, teorizar sobre ello e ir por el mundo compartiendo nuestro ejemplar modelo, dejamos que nocivos ‘expertos’ —unos extranjeros, otros nacionales; unos al servicio de intereses extranjeros, otros apenas por ignorancia— desmantelaran pacientemente todo el sistema que originaba esa paz: desde en cosas tan básicas como la educación primaria y las normas básicas de urbanidad, hasta cuestiones sofisticadas como la formación de los altos mandos de la fuerza pública, los procedimientos para adquirir armamento o la política exterior.

Aunque ya somos un país más del montón de la región, lleno de asesinos, traficantes, y funcionarios públicos y judiciales rendidos al mal, todavía estamos a tiempo de no descender a lo más hondo: un Estado fallido descaradamente dominado por el crimen organizado, de esos que solo siguen existiendo porque nadie quiere darse el trabajo de anexárselos y porque sus ciudadanos nacen, crecen y mueren para alimentar como estiércol a narcotraficantes, vendedores de armas y lavadores de dinero ensangrentado. Hacerlo requiere muchas cosas, pero se tiene que empezar por lo único que sirve cuando el sistema en sí ya se ha pervertido: el elemento humano.

Ahora que la seguridad ecuatoriana depende cada vez más de “inteligencia artificial”, “reconocimiento facial” y demás juguetes caros comprados a charlatanes que no han servido para evitar las dos vergonzosas derrotas estratégicas, en octubre de 2019 y junio 2021, ni la pérdida de soberanía ante criminales extranjeros, sería mejor buscar respuestas en los tiempos en que, con pura inteligencia real y sin más armas que revólveres viejos, el Estado ecuatoriano y sus funcionarios sí lograban proveer paz a sus ciudadanos, pese a estar enclavados entre dos países de violencia dantesca.

Hasta Iósif Stalin, con la invasión alemana encima, tuvo la sensatez, en nombre del interés patrio, de sacar de los Gulags a aquellos viejos brillantes oficiales purgados que resultarían decisivos. ¿Qué espera el Ecuador para hacer lo mismo y pedir ayuda a sus verdaderos expertos? 

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