¿Nos preocupan los otros?

La pandemia revela muchas cosas. Pone de relieve la condición humana: los miedos, los temores, la testarudez, la falta de cuidado, la incredulidad o, por el contrario, el creer en todo, desde en los rumores hasta en las invenciones que circulan a través de los imaginarios populares y las redes sociales.

Somos conscientes del peligro de contagio y a la vez lo desafiamos. Tomamos riesgos innecesarios o sentimos que, a pesar de los cuidados, el virus se mete por los intersticios de nuestra vida cotidiana y acabamos contaminados y expuestos.

Pero, hacia lo que quiero llamar la atención, no son los cuidados personales y familiares, los resguardos y las solidaridades que prestamos a los más cercanos, sino sobre todo a la preocupación que debe hacerse presente por quienes no tienen nada, que aparecen como marginalizados por la sociedad, con quienes tal vez no tenemos contacto directo, pero sabemos que están allí.

Son los necesitados de alimentos, de ropa, de medicinas, de resguardo, pero también de palabras amables, de constatación de real preocupación por lo que les pasa a los otros, por lo que les sucede, por sus necesidades físicas y espirituales, por lo que les hace felices o les incomoda.

El impacto de la crisis de salud es más fuerte en los sectores más desfavorecidos, en quienes no tienen nada, ni la posibilidad de conectarse para que los hijos continúen en las escuelas, ni nada para llevar algo a la olla. La muerte de la esperanza es lo más grave que le puede pasar a una persona y sentimos que para muchos la esperanza se ha acabado o está muy cerca de hacerlo.

Demostrar, con acciones concretas, que los otros nos preocupan es imprescindible. Tiene que ver con el sentido de solidaridad que es tan necesario y que nos hace más humanos