No sin la Costa

El presidente Guillermo Lasso ha tenido que cargar con diferentes calificativos ideológicos. Sus opositores lo etiquetan peyorativamente de “neoliberal”. Quienes lo apoyaron en un inicio veían en él un prospecto de libertario de corte anglosajón, que desbarataría el Estado de una vez por todas. La prensa internacional, sobre todo la europea, ha comenzado a señalarlo como “conservador”, en referencia a su confesión religiosa. La verdad es que, en estos momentos, todas esas etiquetas ideológicas resultan inexactas, contradictorias e incluso, como toda camisa de fuerza, contraproducentes.

En el Ecuador de hoy, dadas las circunstancias, el jefe de Estado no puede darse el lujo de la rigidez doctrinaria. Si es que hay que ponerle una etiqueta, en lugar de apelar a una que evoque ideologías del siglo XX es mejor acudir a otra que, mucho antes, solía reservarse a quienes, como él, fueron agentes externos condenados a hacerse cargo de un desastre para prevenir uno aun mayor. Más que un conservador o un reformador, Lasso está llamado a ser un “pacificador”.

La primera tarea que les espera a los pacificadores suele ser distinguir a los actores racionales de los irracionales. Los primeros tienen intereses claros y, por ende, es posible negociar con ellos, aunque a veces resulte infernal; los segundos son fanáticos intransigentes, enamorados de una idea y desconectados de la realidad, que constituyen una amenaza para el sistema. Con ellos, no hay entendimiento posible y, ya que no hay como exterminarlos, al menos hay que mantenerlos al margen.

La segunda tarea de un pacificador es —resistiendo la vanidosa tentación de creer que puede rediseñar todo—  limitarse a instaurar o reinstaurar un orden que el propio sistema genere y tolere, y que aleje la amenaza de la violencia y del desastre.

El presidente ha hecho bien en distanciarse de los fanáticos de su propio bando, escuchar a los tradicionales administradores —serranos— del Estado y negociar con líderes gremiales y étnicos. Pero no habrá paz ni orden durable si excluye a los dos más importantes líderes de la Costa: el expresidente Rafael Correa y Jaime Nebot. En el fondo, no son irracionales y encarnan instituciones y tendencias de larga data que no es prudente ignorar.

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