No es fácil hablar de la pobreza

Hablar de pobreza no es fácil, pero en un país donde se dice con soltura que “solo es pobre el que nada tiene”, y donde se justifica remover a los indigentes -quienes sufren de una de las formas más extremas de pobreza- de los pórticos en razón de un boom turístico imaginario, es claro que existe una gran falta de empatía y de entendimiento sobre la vulnerabilidad de quienes sufren estas privaciones, por parte de quienes tienen la gran suerte de no sufrirlas.

Y menciono a la suerte porque en este país, donde el 40% de la población es pobre en distintas dimensiones, dependemos más de las circunstancias que de nuestro propio accionar. Los ecuatorianos de hoy enfrentan problemas estructurales para prosperar y, aunque las historias de superación existen, es muy fácil caer en el sesgo cognitivo del superviviente y tomar estas anécdotas para la conocida justificación de que “todos pueden, solo que no quieren”.

Los datos reflejan que Ecuador no es un país donde la movilidad social sea la regla, encontrándose en el puesto 57 de los 82 países estudiados dentro de este ranking del Foro Económico Mundial. Esto significa que las familias ecuatorianas que viven en pobreza requerirán alrededor de 7 a 9 generaciones para llegar al ingreso medio; y esto sin incluir otros aspectos necesarios para una vida digna como acceso a educación, salud y servicios básicos de calidad, protección e inclusión social.

No podemos tomar a la pobreza tan a la ligera. No podemos acostumbrarnos, ni pensar que es inevitable, que casi la mitad de ecuatorianos vivan en un constante estado de abandono e indefensión. La pobreza es una dolorosa realidad de planes y sueños rotos, de vidas que no pueden alcanzar su potencial, y que a pesar de todo el esfuerzo no podrán cambiar ese destino. Debe ser tratada con la sensibilidad y seriedad del caso. No es un problema ajeno: un mejor país depende de ello.