Nadie los vio partir

A finales de diciembre se viralizó la noticia de una madre sevillana que había secuestrado a sus dos hijos (de 12 y 14 años) para evitar que el padre los inoculara contra la COVID-19. La española tomó la decisión alegando que conoce de personas vacunadas que han presentado trombos o miocardios y que ella no dejará que experimenten con sus hijos. Al parecer, la mujer tiene reparos contra todas las vacunas, los bloqueadores solares y otras cuestiones, que, según ella, atentan contra la salud.

Mientras la noticia se hacía de dominio público, yo había comenzado a leer ‘Nadie nos vio partir’, el último libro de la mexicana Tamara Trottner. Curiosamente es una memoria personal que narra cómo ella y su hermano fueron secuestrados por su propio padre.

Quedé atrapada entre sus páginas desde el inicio, pues la autora utiliza la voz de su infancia para armar las piezas de esta historia como un rompecabezas. Tamara tenía cinco años cuando su padre los sacó del país de manera irregular. Para recrear los hechos fue juntando versiones, atando cabos, depositando sentimientos, arrancándose otros, restando mentiras y sumando verdades.

¿Qué sucedió? Valeria y Leo se casaron. Tuvieron dos hijos, pero nunca se amaron. Bueno, quizás Leo sí amó a Valeria. Pero Valeria entregó su corazón a Carlos, el esposo de su cuñada. Leo lo sabía, pero se hacía el de la vista gorda. Hasta que Valeria decidió dejarlo. El orgullo de un hombre herido es capaz de muchas cosas, pero es más poderoso el orgullo del padre de un hombre herido. Con la ayuda de Samuel, el padre de Leo y abuelo de Tamara y su hermano, sacaron a los niños a Francia y recorrieron otros países durante dos años. Dos años eternos en los cuales Valeria no vio a sus hijos.

Tanto en esta historia, como en la de la madre española, se habla del dolor de los progenitores a los cuales se les arrebató a los niños. Y, ¿qué hay del dolor de los hijos? Eso es precisamente lo que explica Tamara Trottner en su memoria: las huellas profundas del día en que terminó su infancia, las secuelas, los miedos y las inseguridades posteriores.

Cuando quienes tenemos hijos tomamos decisiones obnubilados por la ira, el rencor, la venganza o por nuestras particulares creencias, no pensamos en el daño que les podemos causar. A ellos no los vemos partir.