Matías Dávila
Se nos juntó la desgracia: el terremoto, las inundaciones y el socavón en Alausí.
El secreto no está en pocos haciendo mucho, sino por el contrario, en muchos haciendo poco. Pero aquí se juegan algunas variables. ¿La ciudadanía tiene confianza en sus instituciones? Es decir, si un municipio, una prefectura o el gobierno central nos invitan a dar ayuda, ¿será que confiamos en ellos, o pensamos que nuestra ayuda nunca llegará?
El recibimiento de Lasso en Alausí es demoledor. Un pueblo sumido en el desastre empieza a gritarle “fuera Lasso fuera”. No está en un partido de fútbol, no está en un mitin, no está volviendo de alguna de esas cumbres internacionales donde le cuenta al mundo el paraíso que somos… no. Está en medio del dolor de gente que lo ha perdido todo y que no tiene ninguna esperanza en su gestión. Pero con Lasso, también se vienen abajo las instituciones. La gente no solo desconfía de su capacidad (entre comillas) para gestionar el día a día —ni se diga una crisis— sino que la gente desconfía de todos o por lo menos de una gran mayoría de sus representantes.
Entonces, ¿quién hace de cabeza para poder entregar ayuda a los más afectados? Sin duda ese es un reto enorme. Instituciones como la Defensa Civil o la Cruz Roja son propicias para el efecto. Recordemos el terremoto de 2016: no había día en que de Quito no salieran camiones cargados de ayuda. Fue Rodas, en el caso de la capital, quien hizo de cabeza para la canalización de las vituallas. Hoy más que nunca necesitamos otra vez de ese liderazgo; necesitamos de una cabeza. Depender del gobierno, y más aún en este momento donde sabemos que la desgracia se pudo haber evitado si se actuaba con celeridad y responsabilidad, es depositar la esperanza en una entelequia. Más bien somos nosotros los obligados a buscar alternativas. Pero el secreto, y eso lo sabemos bien, no está en pocos haciendo mucho, sino en todos nosotros haciendo un poco. Una vez más hermanos, una vez más. Ya lo hicimos y lo volveremos a hacer.