Miserables en el fútbol

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Carlos Freile

En la ceremonia final de premiación del último campeonato mundial de fútbol uno de los jugadores vencedores hizo un gesto obsceno y torpe frente a millones de espectadores de todo el mundo, entre los que se contaban mujeres y niños. Llamó la atención la indiferencia que con sus propios compañeros y dirigentes enfrentaron el bochornoso asunto. Hace pocos días, después de un partido amistoso, varios jugadores de la misma selección repitieron el gesto, juntos y unánimes. Con la nula reacción de medios e involucrados en el ‘rey de los deportes’.

No nos preguntamos sobre la posible reacción de personajes como Borges o Sábato ante la conducta grosera de esos patanes; nos preguntamos cómo habrían reaccionado Pedernera o Labruna, extraordinarios futbolistas y hombres de bien (Labruna impidió que su equipo, River, diera la vuelta olímpica en La Bombonera de Boca para ahorrar a los vencidos la doble amargura, no pecaba de vulgaridad, se honraba con su señorío).

Hace pocos meses un minúsculo futbolista español tuvo la abyecta conducta de burlarse de un jugador contrario por la situación del hijo en gestación y en peligro de muerte de este colega de profesión. Más miseria, imposible. Hace pocos días, el padre y esposo agraviado, lanzó un puñetazo al ofensor. Este, mezcla de vil y cobarde, niega sus palabras. ¿Hizo mal el padre ofendido? En términos legales y deportivos, sí; en el ámbito de la dignidad personal, no.  Cuenta con mi modesta y desconocida solidaridad.

Estos hechos, y otros, reflejan la miseria que no solo reina entre algunos futbolistas, sino en la sociedad entera; pues las mayorías callan o, ignominia mayor, justifican los actos deshonestos, las palabras soeces, las burlas indecentes. Como dice una icónica canción ya legendaria: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Lo que su autor ignoraba es que hoy se alienta a los puercos, se defiende a los miserables y hasta se los premia.