Migraciones y refugiados

Rosalía Arteaga Serrano

El ser humano se ha movido siempre sobre la faz de la Tierra; hay pruebas suficientes desde el nomadismo primitivo. Pero también sabemos cómo, a lo largo de la historia, las personas han tenido que movilizarse para evitar las guerras, los conflictos, la violencia.

En los tiempos actuales el fenómeno se acentúa; basta mirar a los millones de personas que la situación económica, social y política de Venezuela ha arrojado fuera de sus fronteras nacionales y los ha puesto a caminar dentro de la América Latina, e incluso fuera del continente. Los problemas en Siria o en Afganistán ponen en jaque a los países vecinos e inundan las carreteras de escenas de desesperación y de muerte.

La guerra de Ucrania ha puesto otra vez a Europa en una muy difícil situación, frente al éxodo de los ucranianos que huyen de la terrible situación a la que se ve abocado el país.

Además de las dolorosas situaciones, muchos de ellos tienen que enfrentar el accionar de mafias que los explotan, que abusan de la necesidad de las personas y se ven obligados a pagar cuantiosas sumas por los traslados, como ocurre también, por desgracia, con nuestros compatriotas en manos de coyoteros sin escrúpulos que medran frente a las circunstancias de ansias por mejorar que mueven a muchos de quienes se autoexilian y dejan el país.

Los Estados están en la obligación de proteger a sus ciudadanos, por lo que las bandas de miserables que se dedican al tráfico humano deben ser perseguidas y sancionar a los delincuentes que, muchas de las veces, actúan frontalmente y con impunidad, inclusive promocionando sus servicios en redes sociales.

Cuando escuchábamos la sentencia “el hombre lobo del hombre” acuñada por Thomas Hobbes en su obra ‘Leviatán’, pensábamos que podía ser una exageración, pero se cumple a cabalidad cuando conocemos de este tipo de acciones que inclusive desembocan muchas veces en la muerte de otras personas.