Microplásticos

Parece tan inofensivo: abrir una botella de agua, girar lentamente la tapa, ubicarla a un lado, beber el agua hasta la última gota y dejarla abandonada en cualquier lugar, sin prestar atención; o pedir un sorbete para beber un jugo en un restaurante, usar vasos, platos, bolsas que se desechan al primer uso, sin saber cuál será su destino final.

En esta algarabía del desperdicio hemos vivido buena parte de la vida, sin prestar atención a la composición de lo que usamos ni tampoco a lo que se hará con los objetos luego de que los dejemos de lado. Esa cultura de lo descartable se ha ido abriendo paso en los usos y costumbres de la mayoría de los seres humanos.

Cuando miramos hacia atrás sentimos que las cosas no fueron siempre así. La invasión de los plásticos es un fenómeno de las últimas décadas; antes, muchas de las cosas que se consumían, venían en envases de vidrio, reciclables: la leche, las gaseosas, los yogures, hasta las medicinas. Sin darnos cuenta, los plásticos fueron ocupando los espacios.

La disposición de los desechos es compleja siempre, pero más aún si son residuos plásticos; la mayor parte acaba en el mar y luego se transforma en los famosos microplásticos, fragmentos insignificantes que lo penetran todo, inclusive los cuerpos de los peces que consumimos. Por eso, también en nuestros organismos están aquellos pequeños fragmentos, de menos de 5 milímetros de diámetro.

Los microplásticos son el resultado de la degradación paulatina de los plásticos. Son tan pequeños que pueden atravesar hasta las membranas celulares; constituyen tal vez la más peligrosa fuente de contaminación y la más difícil de erradicar. Afectan a los seres humanos, los animales y los vegetales.

Hace falta pensar seriamente en el uso consciente de los objetos y en la necesidad de que la cultura del reciclaje sea una práctica inexcusable de todos los seres humanos.