Máscaras y mascarillas

Por: Rosalía Arteaga Serrano

Hace poco, en un evento universitario, con decenas de personas tratando de mantener cierta distancia social y el uso de mascarillas como es requerido en estos tiempos de pandemia, pensaba, al momento de tener que retirarnos ese adminículo que se ha transformado en parte de nuestra vida diaria, en el significado que tienen las palabras, también en los significantes que les proveemos y en lo diversos que pueden ser en determinados momentos.

Por supuesto en algunos entornos y países, “máscaras” y “mascarillas” aparecen como sinónimos y los asumimos como tales, a la hora de usarlas, de sentirlas como una barrera de precaución que ha demostrado su efectividad.

El origen de las máscaras se remonta a tiempos inmemoriales. Las encontramos en las presentaciones de teatro en la antigua Grecia, también en las culturas latinoamericanas y africanas; sirven hasta para ocultar el rostro, la cabeza, las orejas, o dejan visibles algunas partes de esos rostros cuando se usan a guisa de antifaces en los carnavales y en las fiestas de fantasía.

Pero, y aquí viene el motivo de esta reflexión, en nuestro entorno diferenciamos las palabras y los conceptos de “máscara” y “mascarilla”; esta última como protección eficaz para evitar el contagio del temido coronavirus 19, pero también de otras enfermedades como la gripe o la influenza.

Por otro lado, la máscara aparece con una connotación peyorativa, tiene que ver con esconder el rostro para disimular la falsía y hasta las malas intenciones, como quien se esconde tras un disfraz para cometer un crimen, un robo, una defraudación. Se habla de las máscaras que se acoplan tanto a la personalidad, que nos llevan al engaño.

Por ello, en nuestro medio, en el ecuatoriano, no es lo mismo llevar máscara que mascarilla. La máscara puede encubrir una agresión, la mascarilla nos protege.