Más que esperanza, certeza

Nos haría bien dejar de repetir aquellas sandeces que sugieren que en Ecuador la vida es demasiado fácil o que la pobreza del país es culpa de la falta de iniciativa e inventiva de la gente. Hoy más que nunca, cuando hemos comenzado a salir lentamente, escalando milímetro a milímetro, del hondo pozo de la crisis en la que estamos —una más en nuestra caprichosa historia—, resulta oportuno sacarse el sombrero ante la entereza y la tenacidad de quienes habitan esta tierra.

No queda sino admirarse. El tamaño de nuestra economía, ya de por sí reducida, se ha desplomado a niveles de hace ocho años, el empleo formal es apenas del treinta por ciento, medio millón de personas han vuelto a la pobreza, un cuarto de los niños del país menores de dos años tienen desnutrición crónica, la producción petrolera se ve seriamente reducida; entre otros datos deprimentes. Y en medio de ese contexto, se produce una reforma tributaria y un alza salarial que torpedean aún más la economía del país, se da una pugna de poderes que bloquea cualquier intento de reforma profunda, un tira y afloja entre camarillas protegidas que se muestran dispuestas a paralizar todo con tal de que se ceda a sus caprichos, y sale a relucir una indolencia estatal que no tiene empacho en mostrar que su principal preocupación  es la buena salud financiera de la burocracia. Por menos, muchísimo menos, que eso, otros pueblos tiran la toalla y prefieren incendiarlo todo; pero aquí no. Movida por ‘vaya usted a saber cuál’ fuerza, la gente aquí prefiere enjugarse las lágrimas, apretar los dientes y seguir adelante. Con esfuerzo, paciencia, colaboración e improvisación, siempre encuentra la manera, aun cuando el sistema conspira en su totalidad contra ella.

Los ecuatorianos no necesitamos andar leyendo a Marco Aurelio ni Epícteto, peor a jóvenes lumbreras de Silicon Valley para aprender de estoicismo. Tampoco necesitamos charlas de Harvard sobre ‘resiliencia’. Basta mirar alrededor para tener ejemplos de sobra.

Termina este año aciago y es inevitable sentir un profundo respeto por todos esos compatriotas que no se han rendido. Luego de esto y con gente así, más que esperanza, queda la certeza de que el futuro será mejor.