Maoísmo de poncho rojo

El Estado ecuatoriano tiene dos enemigos que amenazan seriamente su existencia y contra los que la guerra ya está en curso. El primero es el narcotráfico internacional y el segundo es el maoísmo de poncho rojo. Ambos tienen mucho en común: tienen un origen externo y sirven a intereses geopolíticos mucho mayores —ni siquiera sus supuestos líderes saben bien para quién trabajan verdaderamente—, pero florecieron gracias a las terribles condiciones internas recientes; han logrado doblegar al Estado, unos en las mesas de diálogo impuestas y los otros por medio de la penetración del sistema de partidos; han impuesto su autoridad real, extorsiva, en importantes segmentos del territorio nacional.

Puede incluso que en algunas zonas del país, sobre todo aquellas en las que hay muchos recursos naturales, algo de población y nula presencia del Estado —como en las zonas petroleras de la Amazonía norte, o en áreas de Imbabura, Carchi o la Amazonía sur donde hay minas y/o frontera— el indigenismo radical y el narcotráfico lleguen a entrecruzarse. Sin embargo, no es bueno confundirlos, ponerlos en el mismo saco ni, peor aún, mezclarlos con el correísmo.

Al contrario, es probable que ambas fuerzas —radicales ideológicos y narcotraficantes— estén en curso de colisión, tal y como pasó en Perú, Colombia, Centroamérica o incluso en Asia. Al momento, amenazan a diferentes regiones del país —los maoístas a la Sierra y el narcotráfico especialmente a la Costa—, y se alimentan de diferentes tragedias nacionales —unos de la descomposición social urbana y de frontera,  y los otros del abandono del agro—, pero en el momento en que uno de los dos quiera extender su poder al sector del otro, chocarán brutalmente.

Paradójicamente, la única fuerza que defiende al Estado, porque es “su” Estado, su creación, es el correísmo; son por ello, entre las fuerzas desestabilizadoras, la única que insiste en conquistar el poder ‘legalmente’. Ello, sin embargo, no hace que el modelo de Montecristi deje de ser inviable e insostenible.

Enfrentados a estas fuerzas, si los sectores democráticos del país no son capaces de plantear pronto una alternativa real, generosa y convincente, la guerra está desde ya perdida y es mejor empezar a buscar padrino.

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