Manuel Castro M.
Hay preocupación y hasta angustia de los ecuatorianos por lo que nos sucede: inseguridad, desempleo, apagones, impunidad, corrupción. Pero la mayoría solo “bosteza” o reclama airada, y exige del Gobierno soluciones inmediatas a todos los problemas, lejos de que son dificultades estructurales, de solución esencialmente técnica, y olvidan que casi todos caemos en la vida diaria en falta de ética, en viveza criolla y en ciertas formas de egoísmo que la reclamada o postulada “fraternidad” exigida a los cristianos solo se puede afincar en la fe -que no todos la tienen y que muchos la rechazan con cierto sectarismo- o en una rígida formación moral proveniente de la sociedad o de la casa. Mientras acecha el negocio ilícito del narcotráfico internacional, el afán de retorno de políticos que nos han dejado una triste herencia de corrupción integral en los diversos estamentos públicos y sus indignos “servidores”.
Los franceses usaron una palabra fuerte para no rendirse, pues nada negativo es eterno, ni la derrota o la fácil rendición, que el honor y el trabajo no pueda reivindicar. Luego de que se aleja el triunfo o viene la derrota -dos impostores, dice Borges- viene un estado de ánimo maravilloso: la esperanza. Así Carlomagno pregunta: “¿Cuál es el sueño de los que están despiertos?”, y se contesta: “La esperanza.” Frase ingeniosa, poética y profunda, que da aliento a los que creen que la realidad la pueden cambiar cuando se está en acción, despiertos, con ideales y acciones concretas, desde luego lejos de odios, revanchas o resentimientos ideológicos colectivos o personales.
En Ecuador ha surgido algo alentador y positivo, que no se ha dado con intensidad en épocas anteriores: el respeto y confianza en las Fuerzas Armadas, en su apoyo incondicional y efectivo a la Policía Nacional. Instituciones eficientes en las cuales actualmente confía el pueblo ecuatoriano, y que el Gobierno, como no puede ser de otra manera, las apoya económica y políticamente, que es apoyarse a sí mismo, a su estabilidad y al desarrollo de sus programas.
Un verdadero gobierno democrático -que se lo califica en sus acciones y por su cumplimento de los principios democráticos y por el respeto a los derechos individuales fundamentales-, más allá de sus justas aspiraciones políticas, no quiere “quedar mal”, aspira al buen éxito de su guía y administración, que no son fáciles de obtener por supuesto.
Hoy, con seriedad, se busca una reforma constitucional para autorizar una base militar externa que apoye en la lucha contra el crimen organizado. Muchos exigen que se complemente con otras reformas integrales. Comenzar es medio camino andar. Los que exigen soberanía a ultranza son los que no la exigen en otros países, pues están sometidos ideológica o con oportunismo -sus casi dictaduras- a potencias extranjeras que no practican el sistema democrático. Y lo peor es que se proclaman patriotas puros. Al respecto Shakespeare dice: “No hay peor carroña que la de la azucena” y esta otra del habla popular: Nada más sucio que un lirio manchado.