Luz de América

Blasones de gran nombradía honran merecidamente a nuestra capital, como Descubridora del Amazonas,  Relicario de Arte, Patrimonio Cultural de la Humanidad, siendo el de Luz de América el de mayor significación, ya que entraña lo más valioso de los individuos y las colectividades, la libertad.

En especial afianzaron la pertinencia del últimamente mencionado título  estos tres estudiosos, que fueron directores de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, en su orden: Jorge Salvador Lara, Manuel de Guzmán Polanco y Jorge Núñez Sánchez, cuyos trabajos son referenciales al respecto.

El autor de la célebre frase, colocada inicialmente en el faro de Valparaíso, fue Camilo Henríquez, religioso chileno, Fraile de la Buena Muerte, llamado así por asistir preferentemente a enfermos y moribundos, además legislador, bibliotecario, periodista y patriota, quien estuvo en Quito, en días en que la primera fase de nuestra Independencia se llevaba a cabo.

 La refulgencia del 10 de Agosto de 1809 determinó que Quito tenga tan prominente emblema, ciertamente pionero en su significación, ya que los levantamientos populares de Montevideo (21 de septiembre de 1809) o de Charcas (Chuquisaca, en la actual Bolivia, 25 de mayo de 1809) o el de antes  (Oruro, 1781), no entrañaron el carácter que el de Quito, que desconoció a las autoridades españolas y puso en su lugar a criollos,  encarceló incluso a los dirigentes godos y enarboló el concepto de soberanía, como bien lo puntualizó Salvador Lara.

Por ello, la represión monárquica fue sanguinaria, singularmente en el 2 de Agosto del siguiente año, lo que testimonia, entre numerosos acontecimientos, el sacrificio de los patriotas por la libertad.

Quito, Luz de América, jamás debe perder su resplandor.