Lucha por la paz

La historia de la humanidad está repleta de encarnizados enfrentamientos entre miembros de la misma especie, que demuestran lo que, desde la Antigüedad, dice la frase latina homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre), recogida y proyectada, en 1651, por el inglés  Thomas Hobbes, en su libro Leviatán, que amplió los horizontes de las ciencias sociales y políticas.

Para avasallar pueblos o como producto de la propia condición humana que busca fama y fortuna, en el poder tan ansiado y que fomenta autoritarismos —cuando no abiertos regímenes totalitarios—, surgen personas que se perpetúan, arbitrariamente, en el mandato de los países y expanden sus dominios, sin importarles los efectos catastróficos que ocasionan.

Los enfrentamientos entre naciones o reinos, que a lo largo de los siglos se han llevado a cabo en el planeta,  han sido numerosos y dejado efectos de tal magnitud que desdicen de la racionalidad. Se vuelve oportuno recordar que las dos guerras mundiales, entre otras consecuencias nefastas, ocasionaron cincuenta millones de muertos, la primera y, la segunda, entre sesenta y cien millones, además de un número ampliamente superior de heridos y desplazados.

Debido al acelerado avance de la ciencia y la tecnología, los artefactos de la muerte masiva han llegado a niveles increíbles: se informa que Rusia posee en su arsenal atómico un misil balístico al que, por su fuerza devastadora, se le conoce como Satán 2 (RS-28 Sarmat),  dos mil veces más potente que la bomba que cayó sobre Hiroshima, el 6 de agosto  de 1945, capaz de arrasar en minutos un país de la extensión de Francia.

De producirse una tercera guerra mundial, las consecuencias serían apocalípticas, por ello se vuelve imprescindible, ahora más que nunca, fomentar la cultura de la paz, como genuina muestra de civilización.