Los partidos como problema

César Ricaurte

Estamos en medio de un proceso electoral exprés, como dicen en Ecuador Chequea. Y en lo rapidito, se pierden hasta las mínimas formas. Mientras el Consejo Nacional Electoral aprueba un pomposo —pero atropellado— proceso electoral, y es bombardeado por los cuatro costados por su negligente actitud de no poner en práctica las normas y principios que garantizan la participación paritaria e igualitaria de mujeres, las candidaturas llueven sobre el cielo y la tierra de este sufrido territorio.

Así, mientras en el cronograma del Consejo se habla de democracia interna y de tiempos para alianzas, no sabemos si reírnos del chiste de mal gusto, al ver que primero están los nombres y luego aparecen los instrumentos que permitirán que el aprendiz de caudillo consiga el sueño ególatra de llegar al poder y ojalá perpetrarse en él.

Y a la postre, lo único que ocurre es que cae el telón, y estas elecciones revelan nítidamente lo que era un secreto a voces: los partidos políticos son un problema —y uno cada vez más gordo— para nuestra democracia, para nuestra existencia como país, a medida que el crimen organizado transnacional penetra profundamente su piel.

Si bien la historia política ecuatoriana está marcada por la inestabilidad y la fragmentación de los partidos políticos. Como si fueran piezas de un rompecabezas disperso, los partidos se han formado y desvanecido con una frecuencia preocupante. En este contexto de falta de consolidación partidista, la ciudadanía se ha enfrentado a una suerte de desconcierto, en el que es difícil encontrar puntos de referencia ideológicos sólidos, lo cual ha contribuido a su deslegitimación social.

Entonces, viene la paradoja: los electores deben votar obligatoriamente por partidos en los que no creen, que saben que son expresiones de estructura de poder corruptas, con candidatos que han alquilado la posición y que jugarán al transfuguismo a la primera de cambios. Mientras, esos mismos candidatos aupados por votos que no les pertenecen montan estructuras de diezmos y compraventas de influencias y cargos.

Para decirlo fuerte y claro: la corrupción y el clientelismo como demonios agazapados han amenazado la integridad del sistema de partidos. Los ecuatorianos han sido testigos de escándalos de corrupción que han involucrado a varios de sus candidatos y miembros, lo que ha erosionado la confianza y ha dejado una sensación de que los intereses particulares prevalecen sobre el bienestar general. Esta falta de ética ha minado la credibilidad de los partidos y ha generado una desafección ciudadana, donde el compromiso con el sistema político se debilita. Muchos candidatos no tienen hoja de vida sino prontuariado…

Lo que vivimos ahora a nivel de organizaciones políticas no tiene comparación, y es producto de un diseño perverso y corrupto que data —¡cómo no!— de la era del correísmo y su ‘Constitución para 300 años’.

No bastan reformas. De hecho, el Código de la Democracia ha sido repetidamente parchado por todo lado; debe ser la Ley más manoseada junto con ese otra colcha de retazos que es la Ley de Comunicación.

Así que estas elecciones anticipadas, producto de la muerte cruzada, nos verán cavar un poco más en el agujero.

Los partidos políticos, como instrumentos de representación y participación ciudadana, están llamados a ser el puente que conecta a la sociedad con las decisiones políticas. Sin embargo, en Ecuador, esta conexión se ha fracturado. La desconfianza en los partidos ha conducido a una desconexión entre la ciudadanía y sus representantes, generando una brecha entre las demandas populares y las decisiones políticas. La falta de representatividad socava los cimientos mismos de la democracia.

La fragmentación partidista también ha debilitado la gobernabilidad del país. Los gobiernos se han visto obligados a formar coaliciones volátiles y frágiles, lo que dificulta la implementación de políticas públicas y sociales efectivas. Esta constante lucha por el poder ha resultado en una polarización desmedida, donde los intereses partidistas se anteponen al bienestar común. La falta de diálogo y consenso ha llevado a un estancamiento democrático y ha dejado a la ciudadanía en un estado de impotencia.

Si deseamos fortalecer la democracia en Ecuador, debemos abordar de manera frontal la crisis del sistema de partidos. Es imperativo fomentar la transparencia y la rendición de cuentas dentro de los partidos, erradicando la corrupción y sancionando a quienes violen la ética política. Asimismo, es necesario promover una cultura basada en principios sólidos y valores éticos, donde los partidos sean auténticos instrumentos de debate e intercambio de ideas.

¿Importa algo de todo esto? Porque mientras tanto, la fiesta de partidos y aprendices de caudillos esté prendida y vamos sumando candidatos invitados: ¿vamos nueve? ¿vamos 10? ¿quizás, 11? Y ya tenemos quien pague a los músicos:  tenemos a Alvarito compitiendo contra su hijo.