“Los buenos somos más”

Ya no hay vida ni paciencia, decían los abuelos cuando alguien era irremediablemente necio. Era una forma de expresar la defraudación que sentían sobre aquellas personas a quienes se les había advertido, aconsejado, reconvenido y aun así se empeñaban en mantener su mala conducta.

Lo mismo nos pasa hoy con la clase política. Son “curtidos” en las malas acciones, en las mañas, en los engaños, se esfuerzan por demostrar los peores ejemplos y se solazan de sus nefastos comportamientos. Que los políticos sean como son, perversos e incorregibles, no es nuevo, pero que la ciudadanía se haya infestado de este mal, ¡eso sí es malo en todo sentido!

El otro día escuchaba esa frase tan repetida: “los buenos, los honestos somos más”. Ciertamente me quedaba la duda; al menos me cuestionaba por qué si decimos que somos mayoría los que buscamos el bien como una norma de vida, las cosas no cambian y la violenta ola de crímenes, la corrupción ensañada en todas las esferas, se hace presente como situación del diario vivir y más bien nos vamos acomodando a esas circunstancias, donde hay que hacerse de la vista gorda ante lo malo o definitivamente unirse y gozar de esa línea de vida.

A veces parecería que culturalmente nos adecuamos con facilidad a observar los triunfos de las  vidas delincuenciales. ¿Será también que los medios de comunicación, que no temen ni deben cuando se trata de ganar sintonía, han colaborado en favor de estas ignominias con una programación aberrantemente peligrosa, en las que se hacen apologías a personajes irreparablemente corrompidos o se ensalzan las vidas de los reyes del narcotráfico — por ejemplo, con series de televisión y telenovelas, que presentan el éxito de estos sujetos, igual que a través de los reality shows se promueven las existencias escandalosas de “artistas” o sujetos de la farándula, que se convierten en líderes de influencia social?

Es lamentablemente normal en nuestra sociedad que si se encuentra algún objeto ajeno olvidado en una banca, parada de autobús, dependencia pública, la gente suponga que es un “regalito de Dios”, un buen día en el que se han levantado con pie derecho; o si alguna máquina dispensadora de golosinas, por un desperfecto, entrega el doble de lo pagado, vivamos uno de nuestros mejores días y aconsejemos a los próximos compradores ir a ella, justamente porque está dañada y nos puede favorecer.

Parecerían cuestiones picarescas o graciosamente piadosas, pero es nuestra cultura la que nos hace actuar así o soslayar estos hechos como si no tuviesen importancia mayor; pero es hora de ajustarnos como ciudadanos y empezar a romper esa tradición de “viveza criolla”, de buscar nuevas acciones, más serias y cabales para poder decir entonces que los buenos sí somos más. De lo contrario, como escuché por ahí, mejor es decir que “los cómodos somos más”, pero, eso sí, estar dispuestos a correr con la factura que una existencia así nos traerá.