Lorena Ballesteros
Cuando era niña había dos palabras que no se podían pronunciar a la ligera: asco y odio.
Partiendo de la premisa de la canción de Federico Barreto “que tan solo se odia lo querido”, el odio estaba reservado para el desamor.
Decir “qué asco” a la comida que te ponían enfrente era prácticamente una blasfemia. Había que comer lo que había de comer, punto final. Y, aunque lo que estuviera dentro del plato tuviera una gama de colores y texturas poco apetecibles, jamás podía ser catalogado de asqueroso. De hacerlo, venía una reprimenda o llamado de atención.
En esos tiempos había que cuidar, pensar las palabras.
Sin embargo, en este nuevo siglo, en está última década, la palabra odio salta como canguil. Y si no están al tanto, pueden pasarse por alguna red social o simplemente escuchar atentamente a los niños o adolescentes mantener una conversación habitual. “Le odio al profesor de matemáticas”, “la profesora de literatura me odia”, “odio al vecino porque sube el volumen de su parlante”, “en el bus todos me odian”, “a esa niña le odian”, “odio este país”, “me odio”, “te odio”.
Lo preocupante es que etimológicamente el término odio viene del latín odium. En efecto, significa antipatía o aversión hacia algo o alguien, pero aupado en el sentimiento y el deseo de eliminar o causar daño al objetivo. Es decir, si odio al vecino, odio a mi profesor, odio a mi amigo, odio a mi familia y me odio a mí mismo; en el fondo estoy deseando acabar con ellos. ¡Fuerte!, ¿verdad?
Por eso es tan importante que, en esta época en la que se utilizan las palabras sin hacerse cargo de lo que implican, y de lo que se está deseando o atrayendo a través de ellas, se reflexione sobre su valor y su significado.
Como padres, educadores y adultos de otras generaciones, impulsemos a utilizar las palabras correctas. No en vano han surgido tantas metodologías distintas de terapia emocional, para identificar correctamente las emociones y comprender que el odio no es más que una falta de caracterización de lo que nos desagrada, lo que nos incomoda, lo que se nos hace difícil. El odio actual quizá no sea el deseo de eliminar al objetivo pero, sin duda, decirlo hiere y contamina a una sociedad que está cada vez más asfixiada.