Lo que callamos las madres

Hace dos semanas publiqué una columna relacionada con el lado oscuro de la maternidad. Pero hacía alusión específicamente a una novela publicada por una autora canadiense. Sin embargo, cuál fue mi sorpresa cuando comencé a recibir mensajes de amigas que habían leído mi texto (otras habían leído el libro) para desahogar sus propios temores y frustraciones. Llegué a la conclusión de que el silencio guardamos con respecto a la maternidad es nuestro peor enemigo.

Cuando nace un bebé y la madre está hinchada, desvalida y cansada; como acto de compasión decimos: “te ves preciosa”, esa mentira no se sostiene, pues esa mujer se ha visto al espejo.  Durante y después del embarazo, el cuerpo cambia, duele. El pelo se cae, las uñas se quiebran, la leche se desborda. ¿Y qué decir de las ojeras pronunciadas?

Pero el físico no es lo único que se ve vulnerado. La rutina se altera para siempre. Por lo general, el padre vuelve enseguida a su trabajo, hace deporte, se reúne con sus amigos. La mujer se entrega a la lactancia o las horas de alimentación de su bebé, cambia su dieta para no provocarle gases, su tiempo libre depende del horario de siestas de su hijo. Las conversaciones con su madre y sus amigas giran en torno a cólicos, pediatras, marcas de cochecitos, estrategias para que duerma mejor, pañales y todas las gracias del bebé. Las desgracias del día a día se guardan bajo llave.

Y para colmo, la mujer pasa de ser ella para convertirse en la madre de o la pareja de… Se da una especie de anulación de la identidad construida. Pero el hombre poco entiende de esa anulación. ¿Por qué estás tan cansada?, suelen preguntar. Y la mujer en lugar de contestarle, calla y se enoja. El rencor se acumula y la vida de pareja se deteriora.

Si tan solo las mujeres habláramos más sobre lo que hemos renunciado. Si nos apoyásemos más para empujar a la creación de políticas y condiciones que hagan más compatible la maternidad con el trabajo. Si entendiéramos que al decir que la crianza de un hijo es dura, no significa que no los amamos.